Poema chino iii
Pregunté qué fruta era ésa
que colgaba en ramos de un árbol
tan fino como las venas de la princesa Fu Peng.
— Ciruelas, me contestó el edecán.
Pregunté si la grulla esculpida
a las puertas del pabellón de las Bodas
era de jade legítimo.
— No hay otro, me contestó el edecán.
Pregunté a la hora de la cena,
si la raíz de loto era realmente
la comida preferida de la emperatriz.
— Lo era, me contestó el edecán.
Pregunté, al pie de la muralla
si la sangre derramada allí por millones de hombres
que dejaron sus casas enlutadas no era monumento
a la historia de China.
— Lo es, me contestó, grave, el edecán.
Pregunté si aquel dragón tallado en la piedra
Era un símbolo imperial.
— Lo es, me contestó el edecán.
Pregunté si era un dragón con cabeza de león
O un león con cabeza de dragón.
— Lo es y no lo es, me contestó con ironía el edecán.
Pregunté qué fruta era ésa
que colgaba en ramos de un árbol
tan fino como las venas de la princesa Fu Peng.
— Ciruelas, me contestó el edecán.
Pregunté si la grulla esculpida
a las puertas del pabellón de las Bodas
era de jade legítimo.
— No hay otro, me contestó el edecán.
Pregunté a la hora de la cena,
si la raíz de loto era realmente
la comida preferida de la emperatriz.
— Lo era, me contestó el edecán.
Pregunté, al pie de la muralla
si la sangre derramada allí por millones de hombres
que dejaron sus casas enlutadas no era monumento
a la historia de China.
— Lo es, me contestó, grave, el edecán.
Pregunté si aquel dragón tallado en la piedra
Era un símbolo imperial.
— Lo es, me contestó el edecán.
Pregunté si era un dragón con cabeza de león
O un león con cabeza de dragón.
— Lo es y no lo es, me contestó con ironía el edecán.