La vanidad de los placeres - Poemas de MARÍA ROSA GÁLVEZ

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La vanidad de los placeres
               

    Oigo del mundo el eco lisonjero 
sonar gozoso en torno de mi mente, 
y la insensata gente 
veo correr en vano 
sin poder halagar ningún sentido: 
¿será, que la fortuna a los mortales 
jamás otorgue algún placer cumplido; 
o que el fastidio siga a las pasiones, 
que no pueden saciar sus corazones? 

    Genio, que inspiras sin cesar mi canto,
yo me abandono a ti; guía mi acento; 
vuela en pos del contento 
que el hombre te presenta en su grandeza, 
cuando engañado su vivir fatiga, 
y sus tesoros por gozar prodiga.

    Jamás el espectáculo pomposo 
vio del sol al nacer, ni sus oídos 
el canto de las aves melodioso 
gozaron, cuando el orbe se ilumina; 
sumido en ocio, de velar cansado, 
la noche se avecina 
cuando el lecho dejando lentamente, 
torna de los placeres al bullicio, 
con que el mundo le encubre el precipicio. 

    Piensa que puede amar, y ser amado;
y los deleites del amor siguiendo, 
un instante engañado 
vivió de su ilusión encantadora; 
pero nunca gozó: desconfianzas, 
ingratitud, traiciones le atormentan; 
celos devoradores 
le acosan sin cesar con sus furores; 
y si en la variedad busca delicias, 
el interés le vende sus caricias. 

    El lujo le previene los banquetes 
que la gula inventó; soberbio en ellos 
adula su deseo caprichoso 
con viandas exquisitas: 
naturaleza de su seno hermoso, 
los dones le presenta, que cultiva 
bañado de sudor el desvalido, 
allí desvanecido, 
de falaces amigos rodeado, 
con extraños licores lisonjea 
su apetito estragado, 
hasta que en el desorden ya beodo 
pierde con la razón el placer todo. 

    Envilecido entonces, degradado 
del nombre racional corre aturdido 
del circo al espectáculo sangriento, 
en él, igual a las sañudas fieras, 
del hombre perseguidas, 
tranquilo goza el bárbaro contento 
de ver los inocentes animales 
rabiando de perecer; y si la suerte 
no protege los diestros lidiadores 
también sin susto ve llegar su muerte. 

    Si asiste del teatro a las delicias, 
sólo es por vanidad; su entendimiento 
desconoce del arte los encantos: 
el vano lucimiento 
ocupa su atención; no las pasiones 
que ve representar; no las desgracias, 
ni el castigo, que alcanza el vicio impío, 
su corazón movieron, 
de sentimientos y virtud vacío. 

    Alguna vez de estruendo venatorio 
seguido al campo sale; 
y en el placer de muerte embebecido 
las libres aves su rigor destruye;
que el privilegio de volar no vale 
contra el ronco estallido 
de la pólvora atroz; ni el manso ciervo, 
ni la tímida liebre, 
ni el veloz gamo su vivir libraron; 
todos perecen: ¡ay!, cuando se aleja, 
rastros de sangre por el valle deja. 

    Corre luego al festín; el atractivo 
de la danza le ofrece sus deleites; 
allí en tropel festivo 
los mortales alegres se abandonan: 
quien, en vueltas acá y allá girando, 
en sus brazos conduce la doncella; 
quien, rápido saltando, 
del bello sexo la pasión excita; 
quien, por danzar se agita, 
y a los espectadores atropella: 
los ojos se deleitan, los oídos; 
y el tacto encanta los demás sentidos. 

    En vano este delirio pasajero
su languidez desvela, 
mas poderoso objeto necesita, 
para gozar placer; al juego vuela, 
al juego destructor; en él consume 
su tiempo y su riqueza:
en sus falaces suertes pierde el oro, 
que socorrer pudiera cien familias, 
y deja entre las manos de un malvado, 
lo que aliviar debiera al desdichado.
 
    Si honoríficos puestos solicita,
¡cuánto a su orgullo que sufrir le espera! 
La brillante carrera 
de los premios emprende, 
sin merecer ninguno; en ella ansioso 
teme desaires, humillado ruega, 
lisonjea, importuna,
y si acaso concede la fortuna 
a su anhelar la injusta recompensa, 
llega la senectud, y en pos la muerte 
se presenta, seguida 
del atormentador remordimiento, 
de dolencia y terror; en vano entonces 
remedios busca, por alivio clama; 
el sepulcro lo llama; 
baja a su seno, y su memoria en tanto 
de nadie logra compasión ni llanto. 

    ¿Y qué placer gozó? Todos huyeron 
fugaces, del destino a la inconstancia; 
todos en aflicción se convirtieron 
cuando llegó su fin. ¿Acaso existe
algún placer durable cual la vida? 
¿Acaso el mundo los consuelos niega 
de recordar la dicha, aunque perdida? 
No, débiles mortales; 
la sagrada virtud en nuestros males 
brilla, como la luz en las tinieblas; 
ella conforta el corazón humano 
contra la adversidad; y el poderoso, 
que al triste socorrió con larga mano, 
consigue venturoso 
el supremo placer de hacer felices: 
este es solo el deleite duradero 
hasta el instante de vivir postrero.

       

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