Este iconoclasta nació en Lima, en el seno de una familia aristocrática, conservadora y católica a ultranza. Se educó en Santiago de Chile y siguió, por presión familiar, estudios en un seminario de Lima, que abandonó intempestivamente en un primer gesto de rebeldía. Recorrió la zona andina del país y se retiró a vivir en una hacienda al sur de Lima, donde se compenetró con el mundo indígena y se dedicó a la lectura de escritores clásicos, ingleses, alemanes y franceses. El episodio capital de su vida y de la generación a la que pertenece fue la guerra con Chile (1871-1883), que acabó con una humillante derrota peruana y provocó su segunda reclusión voluntaria durante la ocupación chilena de Lima. Al acabar esa ocupación, se convirtió en un vitriólico acusador de la clase dirigente peruana, del Ejército y la Iglesia católica. En un célebre discurso en Lima, el año 1888, proclamó :"¡Los viejos a la tumba, los jóvenes a la obra!". Convocaba a la lucha por la regeneración social, contra las malas ideas y los malos hábitos, contra leyes y constituciones ajenas a la realidad peruana, contra la herencia colonial, contra los profetas que anunciaban el fracaso definitivo de América Latina. Convertido en la voz del nuevo Perú que debía surgir de la derrota, denunció los males que el país arrastraba por siglos, entre ellos la indiferencia por la condición infrahumana del indígena; su prédica, hecha en un estilo implacable y cientificista con raíces positivistas (véase Positivismo), fue creciendo en intensidad y radicalismo. Al volver de una viaje por Europa (1898), empezó a divulgar las ideas anarquistas que había descubierto en Barcelona, y fue identificándose cada vez más con los movimientos obreros anarcosindicalistas.
Como prosista, González Prada es recordado principalmente por Páginas libres (1894) y Horas de lucha (1908), obras en las que muestra una creciente radicalización de sus planteamientos. Defendió todas las libertades, incluidas la de culto, conciencia y pensamiento y se manifestó en favor de una educación laica.
En el artículo Nuestros indios (1904), explicó la supuesta inferioridad de la población autóctona como un resultado del trato recibido, de la falta de educación. Como poeta, publicó Minúsculas (1901) y Exóticas (1911), que son verdaderos catálogos de innovaciones métricas y estróficas, como los delicados rondeles y triolets que adaptó del francés. Sus Baladas peruanas (1935), que recogen tradiciones indígenas y escenas de la conquista española, fueron escritas a partir de 1871.
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