La advertencia
Incauto joven, mi musa
en su tormento, te encarga
que no des dentro del pecho
al tirano Amor posada;
y que cuidadoso evites,
con diligencia estudiada,
las incurables heridas
de los tiros de su aljaba.
Pues el niño Dios de amores
es de condición tan mala,
de proceder tan perverso
y de tan poca constancia,
que cuando con sus caricias
nos entretiene y halaga,
cuando más nos favorece,
y cuando con fuerza extraña
los contentos, los placeres,
parece nos procurara;
veloz huye, y con presteza,
revoloteando las alas,
en busca de nuevas víctimas
se precipita con ansia,
dejándonos ya cautivos
de una hermosura tirana.
Entonces, ¡mísero estado!
¡Situación jamás pensada!,
el sosiego y la quietud
que antes el pecho gozaba,
de improviso se convierten
en pesares que ignoraba;
en angustias, en tormentos
que martirizan el alma.
La ingratitud, el desprecio,
la tibieza con que ufana
corresponde a tu amor tierno
tu querida idolatrada,
son dogales, son martirios
que de ti no se separan,
y que como sombras siguen
a tu fervorosa llama.
Y por fin de tu dolencia
la fortuna te depara,
o un rival que, afortunado,
tu gloria y bien te arrebata,
o la ausencia que, insensible,
divide pechos que se aman:
pues no hay desdicha mayor
que ver su dicha robada,
o carecer de la vista
de aquélla que se idolatra.
Y como esto y mucho más
dentro de mi pecho pasa,
no te entregues al amor
mi triste musa te encarga.
Incauto joven, mi musa
en su tormento, te encarga
que no des dentro del pecho
al tirano Amor posada;
y que cuidadoso evites,
con diligencia estudiada,
las incurables heridas
de los tiros de su aljaba.
Pues el niño Dios de amores
es de condición tan mala,
de proceder tan perverso
y de tan poca constancia,
que cuando con sus caricias
nos entretiene y halaga,
cuando más nos favorece,
y cuando con fuerza extraña
los contentos, los placeres,
parece nos procurara;
veloz huye, y con presteza,
revoloteando las alas,
en busca de nuevas víctimas
se precipita con ansia,
dejándonos ya cautivos
de una hermosura tirana.
Entonces, ¡mísero estado!
¡Situación jamás pensada!,
el sosiego y la quietud
que antes el pecho gozaba,
de improviso se convierten
en pesares que ignoraba;
en angustias, en tormentos
que martirizan el alma.
La ingratitud, el desprecio,
la tibieza con que ufana
corresponde a tu amor tierno
tu querida idolatrada,
son dogales, son martirios
que de ti no se separan,
y que como sombras siguen
a tu fervorosa llama.
Y por fin de tu dolencia
la fortuna te depara,
o un rival que, afortunado,
tu gloria y bien te arrebata,
o la ausencia que, insensible,
divide pechos que se aman:
pues no hay desdicha mayor
que ver su dicha robada,
o carecer de la vista
de aquélla que se idolatra.
Y como esto y mucho más
dentro de mi pecho pasa,
no te entregues al amor
mi triste musa te encarga.