Poemas de ROBERTO ARMIJO

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ROBERTO ARMIJO
Roberto Armijo (1937-1997). Nació en la ciudad de Chalatenango, El Salvador, el 13 de Diciembre de 1937, murió en 1997.

Ensayista, poeta y autor de la pieza "Jugando a La Gallina ciega".

Sus poemas son dedicados e intensos. Obras: " La Noche Ciega al Corazón que Canta" (Poemas); "Mi Poema a La Ciudad de Ahuachapán"; "El Príncipe No Debe de Morir"; "De Aquí en Adelante"(Junto con Manlio Argueta y otros poetas); "Para Cantar el Alba" (Poemas).

Ensayos: "Francisco Gavida, La Odisea de Su Genio" Premiado en El Salvador (1965); "Rubén Darío y su Intuición del Mundo", premiado en Guatemala (1967); "T.S. Elliot, el Poeta mas Solitario del Mundo Contemporáneo", premiado en Nicaragua; "Teatro Inédito", Francia (1989)

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"Roberto Armijo es quizás el único poeta que escribió la mayor parte de su obra póstumamente. Nació en Chalatenango, El Salvador, en 1937, y publicó su primer poemario, “La noche Ciega al Corazón que canta” en 1959, pero a los 24 años de edad murió de forma súbita en San Salvador. Llevado a su hogar en Chalatenango fue recibido por su familia y por sus amigos, donde un sacerdote le concedió los últimos ritos. A media noche, durante el velatorio, Armijo se levantó del féretro y pidió un vaso de agua. Más tarde se supo que sufría de una condición nerviosa llamada catalepsia, caracterizada por una rigidez plástica de los músculos que se parece mucho a la muerte, sobre todo porque las funciones vitales se hacen imperceptibles.

Después de esa muerte prematura en 1962, Armijo retomó el arte de la poesía y escribió su primer poemario importante: “Seis elegías y un poema”, (revista La Universidad, 1965). Una fuerte inclinación por los atributos líricos del poema y un tono de voz susurrante lo distinguió de sus compañeros de generación, que optaron por una poesía más urbana y más política. Aún así los poemas de Armijo se tornaron discursivos y coloquiales, formas de comunicación directa con sus amigos, sus maestros y sus familiares, pero sin abandonar nunca el carácter elegíaco: poemas ceremoniosos, tributarios y melancólicos.

A partir de la década de 1970 Armijo vivió en el exilio en París, Francia, donde se dedicó a la docencia universitaria y donde su poesía perdió, poco a poco, la fuerza de su inspiración. “No puede ser que el hombre” forma parte de su libro “El pastor de las equivocaciones”, escrito entre 1984 y 1987, pero que no fue publicado sino hasta 1997, en San Salvador. En esta obra Armijo redescubre las raíces de su identidad y de su vocación lírica en el mundo de la imaginación, un concepto que le permite crear vínculos entre sus inquietudes políticas, sus deseos y sus experiencias. “El pastor de las equivocaciones”, escribió, “no encuentra la piedra donde reposar su cabeza / con sus puños golpea la puerta de la esperanza / y se entrega como un niño a jugar con un escarabajo en el césped”.

En el libro Armijo le canta a Nicaragua, para él, en ese entonces, un símbolo de la esperanza. Y le canta a El Salvador, triste y airado por la violencia y por la prolongación de la guerra: “No puede ser que el hombre / sólo / sea una expresión entre el tigre y la alondra”. Esa expresión entre la bestialidad y la inocencia, esa “Ferocidad / Agazapada Y torva” es el horror de la guerra. Y a ese horror, Armijo le contrapone “el ruido del mundo arrullando los pétalos”. El poema se transforma en una letanía mística que enumera todas esas cosas donde el poeta descubre la belleza del mundo vibrando, despertando, llamándolo con su sonido incesante.

El poema está construido como un viaje por la belleza del mundo. Hay que notar la curiosa transición que Armijo realiza desde una introducción que alude a la voluntad de escribir pese a la muerte: “El infierno y el cielo besan el cerebro / cuando la máquina de escribir anima / las manzanas los insectos y las rosas / que brotan del estiércol”. De la putrefacción la vida se anima, sugiere Armijo, y por ello es sorprendente que “nos olvidamos de la mosca”. Esa mosca que viaja y se posa sobre cualquier cosa y nos deja “babeados como estropajos” es el ardid del poema, que viaja de la misma manera por el mundo, con su ruido impertinente unificando las cosas más disímiles con brillantes analogías: “Ruido que atraviesa… la noche de los despachos cerrados / el laberinto de los corazones”, o “Ruido que nos retrata / y nos semeja a un cántaro / a una teja de barro de casa de campo”.

El misticismo del poema lo aproxima al de la Cábala. El rabino Isaac ben Solomon Luria (1534-1572), fundador de la Cábala luriánica, creía que las chispas de la luz divina de la creación permanecía atrapada en todas las cosas, y que era posible, por lo tanto, reunificar la divinidad de la creación por medio de la plegaria. Por esa razón escribió que cada hoja de hierba tiene un ángel que le susurra: “Crece, crece”. Esa misma concepción surge espontánea en el poema de Armijo: “Ruido que sube con pequeños estertores de azúcar / al corazón de la guanábana / que le murmura a la oruga que no pierda el tiempo / que a la muchacha le pule los senos como / dos escudos de bronce / que vibra compacto en el olor de la madera”.

Al final del poema, Armijo retorna a la imagen original, destruye a la bestia y libera a la inocencia: “Ruido que vence al tigre / y vuelve azucena el ala del ángel”. Pero no se va sin advertir que el incesante sonido de la vida le pertenece tanto al dominio de la sombra como al de la luz: “Ruido que se comparte / entre la noche del cuervo / y la llama del alba”.

Armijo murió por segunda vez en 1997, a los sesenta años de edad en París. Encasquetado, su cuerpo regresó del exilio a San Salvador. Durante su velatorio, se colocó cerca de su féretro una jarra de agua y un vaso, por si tenía sed."

Jorge Ávalos

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