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JULIO FLÓREZ

Poeta boyacense (Chiquinquirá, mayo 22 de 1867 - Usiacurí, Atlántico,
febrero 7 de 1923). Julio Flórez fue el séptimo de los diez hijos del
médico liberal Policarpo María Flórez, presidente del Estado Soberano de
Boyacá en 1871, y de Dolores Roa de Flórez, dama perteneciente al partido
conservador colombiano. Educado bajo estricto control religioso en los
colegios de Chiquinquirá, nacionalmente conocida como la Villa de los
Milagros, y sede de la Orden Dominicana de sacerdotes católicos que
administran la fe de los creyentes en el poder sobrenatural de la Virgen
del Rosario, llamada la Patrona de Colombia, Julio Flórez recibió el don
de la poesía, al igual que sus hermanos, entre los que se destacaron el
médico Manuel de Jesús, el abogado Leonidas y el ingeniero Alejandro A.
Flórez. A los 7 años escribió sus primeros versos conocidos. Durante 1879
y 1880 continuó sus estudios en el Colegio Oficial de Vélez, donde su
padre era rector. En 1881 la familia se trasladó a Bogotá, donde el padre
se desempeñó como representante a la Cámara por Boyacá; Julio entró a
estudiar literatura en el Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario y
Alejandro A. fue a la Escuela Superior de Ingeniería Civil y Militar,
donde cinco años más tarde se graduó como ingeniero. Las guerras civiles
que azotaban el país desde los comienzos de la república, incidieron
directamente en la población colombiana, afectando su estabilidad
socio-económica y malogrando las probabilidades de educación. Julio Flórez
tuvo que interrumpir sus estudios por esta causa y, dada la condición
bohemia de su carácter, nunca retomó la senda académica, no conoció
ninguna lengua extranjera y el estudio de los clásicos fue insuficiente
como para medirse con algunos de sus contemporáneos que, con mejores
oportunidades o mayores intereses culturales, lograron coronar una carrera
profesional o, al menos, alcanzar un nivel de educación aceptable para las
exigencias capitalinas. En cambio, comenzó a frecuentar los ambientes
literarios donde entabló relaciones con personas de gran valor artístico y
humano, como el poeta Candelario Obeso, quien no solamente recibió el
rechazo general por su raza, sino también por refutar los cánones de vida
ordenada impuestos por la Iglesia y la sociedad bogotana.
A partir de 1882 Flórez abandonó la casa paterna y pasó a compartir el
hogar (y la excelente biblioteca) de su hermano Leonidas, al lado de sus
sobrinos Esther y Leonidas Flórez Alvarez. Pero en 1883 la carrera
fulgurante de este hombre público (abogado, cónsul y escritor) fue cortada
trágicamente durante los disturbios políticos originados por la pugna de
los tres candidatos a la Presidencia de la República (Rafael Núñez, José
Eusebio Otálora y Solón Wilches), cuando Leonidas fue herido en un mitín
armado que se presentó en la Plaza de Bolívar, a causa de cuyas secuelas
moriría psicológicamente destruido cuatro años después. En 1884 Candelario
Obeso se suicidó y en su sepelio el joven Julio Flórez, de 17 años, exaltó
su memoria en versos emocionados. Esta primera irrupción en la tribuna
pública marcó el principio de su carrera. En 1886 su nombre apareció entre
los bardos consagrados en la antología poética La Lira Nueva, publicada
por José María Rivas Groot. A partir de 1887 y tras la muerte de Leonidas,
Julio Flórez dejó la casa fraterna y comenzó una vida independiente,
sosteniéndose con el producto de su actividad artística, que en Colombia
ha sido siempre mal reputada y peor remunerada. Así, atravesó una larga
etapa de «hambres de poeta», como él la describiría posteriormente. Su
gran orgullo político no le permitió claudicar de sus convicciones
liberales para aceptar posiciones ofrecidas por el gobierno conservador,
como un puesto en la Biblioteca Nacional o un consulado en el exterior. La
racha de infortunios familiares continuó con la tragedia protagonizada por
su hermano Alejandro A. en 1891. En 1892 murió el padre, en medio de
hondas amarguras personales y de decepciones políticas producidas por el
desastre que, según el partido liberal, significaba el gobierno de la
Regeneración. De sus amores juveniles sólo quedan ligeras referencias en
su biografía, contadas por su sobrino Leonidas Flórez y por él mismo, en
reportaje que le hiciera en Panamá Luis Enrique Osorio, en 1922. Flórez
fue un hombre de gran éxito con las mujeres, quienes lo adoraron y muchas
estuvieron dispuestas a entregar hasta su honor con tal de conseguir su
amor. Pero por la índole incorruptible de su educación católica, parece
que tuvo conflictos para deslindar los conceptos de amor carnal versus
amor platónico, y las relaciones que sostuvo durante sus 42 años de vida,
antes de conocer a su esposa Petrona Moreno Nieto, revistieron siempre un
carácter pasajero. El erotismo es uno de los rasgos más marcados de su
poesía y la mórbida sensualidad de sus rimas sirvió muchas veces como
piedra de escándalo para sus seguidores. Hoy ésta misma se ha convertido
en la mayor fuente de sus éxitos.
En 1883 Flórez publicó su primer libro de poesía, Horas, cuyo título le
sugirió José Asunción Silva. Flórez comprendió bien el espíritu de su
amigo y su rechazo al ambiente bogotano, que le fuera tan hostil a quien
algunos apodaban "José Presunción Silva". Cuando se suicidó Silva, en
1896, Flórez declamó en sus funerales una elegía que fue condenada como
blasfémica por el obispo de Bogotá, quien propinó al poeta una seria
amonestación al respecto. Su fama como trovador y personaje romántico
seguía creciendo. En 1895 ya había logrado superar las dos grandes
desventajas del hombre colombiano: el ser provinciano y el ser pobre. Su
valor personal y su arte lo habían colocado muy alto en el panorama
cultural, los críticos locales más exigentes se ocupaban de su obra, su
presencia era solicitada en los círculos exclusivos de la sociedad
capitalina. Las damas suspiraban o se sonrojaban a su paso, los jóvenes lo
envidiaban y los escritores nóveles viajaban a Bogotá con la ilusión de
conocer «al Divino Flórez», como lo llamaría «su amigo y admirador
Guillermo Valencia» al dedicarle su libro Cigüeñas blancas, o escucharlo
cantar (acompañado de su guitarra o al piano por su amigo el maestro
Emilio Murillo), la famosa canción "Mis flores negras", cuya paternidad
musical ha sido tan discutida, no así la de su texto, que ha quedado
consagrado como suyo. Flórez se había convertido en el bardo de moda,
amado por el pueblo porque sabía pulsar la fibra de los sentimientos de su
raza. Sin embargo, su falta de cuidado y su generosidad en la entrega de
sus producciones repentinas, a «tipleros y serenateros», originó que
muchos poemas no terminados ni corregidos ni pulidos fueran publicados sin
su permiso y siguieran circulando, lo que ocasionó un menoscabo en el
nivel de calidad de su obra. Sobre este tema el severo crítico Maximiliano
Grillo dijo, en 1895: «Admiramos en Flórez el poeta natural que hace
estrofas armoniosas, de contornos puros, compuestas no al calor de una
inspiración desordenada, sino en horas de recogimiento, cuando parece
olvidarse del aplauso pasajero». Flórez también se ocupaba de los destinos
del partido y blandía su pluma para participar en las luchas liberales con
que la oposición intentaba rescatar un poder que permanecería perdido
durante 43 años. Flórez llegó a convertirse en el poeta de los soldados en
el frente e «hizo sonar siempre las cuerdas de su lira en favor de las más
nobles causas políticas y sociales», según conceptos del general Rafael
Uribe Uribe, cuando en 1912 le agradeció su libro de lírica heroica,
Flecha roja. Pero su poesía comprometida hizo que fuera perseguido y
reducido a prisión en varias ocasiones.
En medio de guerras, penurias y amordazamiento de la censura, los
colombianos reaccionaban reuniéndose en cofradías o hermandades pacíficas
de tipo cultural que los protegían de la aridez del presente. En compañía
de seis amigos, Flórez fundó la Gruta Simbólica, comentada tertulia
literaria de 70 miembros, que permaneció vigente desde fines de 1900 hasta
fines de 1903, bajo la capitanía intelectual de Flórez. La inseguridad, la
tensión sostenida entre las fuerzas políticas, religiosas y
socioecónómicas del país, valió para que los artistas de la época, a
semejanza de los poetas malditos franceses de fines del siglo XIX,
frecuentaran la bohemia y en ocasiones cayeran en vicios que les atrajeron
el rechazo de la sociedad o el anatema del clero. Flórez fue señalado como
sacrílego, blasfemo y apóstata. Estando en el punto culminante de su
carrera literaria, subió al poder, en 1904, el caudillo militar general
Rafael Reyes, quien ante la ola de murmullos en su contra, le "aconsejó"
abandonar el país. En 1905 Flórez tuvo que salir de Bogotá, ciudad amada y
cantada en sus más hermosas rimas. Se dirigió a la Costa Atlántica, luego
a Caracas, y de allí inició una gira poética por los países
centroamericanos que se prolongó por dos años (1906-1907), en medio del
clamor general de sus éxitos, hasta que, estando en México y dispuesto a
regresar a Colombia, el general Reyes lo nombró segundo secretario de la
Legación de Colombia en España, hacia donde partió en agosto de 1907. Sus
pensamientos o experiencias en España y Francia (donde fue invitado a
recitar en la Embajada de Colombia en París, con ocasión de la celebración
de la fiesta nacional en 1908) no dejaron ningún rastro en su lírica. Su
libro Cardos y Lirios, así como su ovacionado poema "La Araña", obtuvieron
publicación en 1905 en Venezuela. Manojo de zarzas y Cesta de lotos fueron
editados en 1906 en San Salvador, Fronda lírica, en Madrid en 1908, y
Gotas de ajenjo, en Barcelona en 1909. Su actitud general en Europa fue
discreta y amable. Conoció a personalidades literarias españolas y
latinoamericanas como Emilia Pardo Bazán, Francisco Villaespesa, Rubén
Darío, José Santos Chocano, José María Vargas Vila y Amado Nervo. Y aunque
sus tendencias románticas lo colocaban en la retaguardia del modernismo en
boga, su poesía y personalidad fueron acogidas con simpatía por los
escritores de la Generación del 98. Pero para sus admiradores y amigos
colombianos, Flórez era ahora totalmente distinto a aquel bohemio eufórico
de las épocas de la Gruta Simbólica, se presentía cansado de la vida y
desilusionado de los hombres y de las cosas.
En febrero de 1909 Flórez regresó a Colombia, a la que saludó en un
recital en Barranquilla, y luego desapareció sin dejar rastro alguno. Los
periodistas indagaron su paradero, pero nadie sabía que se había retirado
al balneario de Usiacurí a tomar una cura de sus aguas medicinales. En ese
primitivo pueblo se enamoró de una colegiala de 14 años de edad, Petrona,
con quien comenzó un verdadero e inmortal idilio. Pero los compromisos
adquiridos a su regreso de Europa lo obligaron a regresar a la capital,
después de cinco años en el extranjero. Allí se presentó en una función de
bienvenida en el Teatro Colón, durante las celebraciones del primer
centenario de la Independencia de Colombia (1910). Fue acogido
calurosamente por la crítica y volvió a obtener un grandioso éxito con su
público de todas las categorías. Inmediatamente después de esta
presentación, Flórez se ausentó de la capital, a la que regresó en muy
contadas ocasiones para ofrecer recitales poéticos, del mismo modo como lo
hizo a nivel nacional y, más frecuentemente, en la vecina ciudad de
Barranquilla, donde en 1917 se editó De pie los muertos, recopilación de
sus versos alusivos a la primera Guerra Mundial, que recitó en el Teatro
Cisneros. En 1922 publicó allí mismo la segunda edición de su libro Fronda
lírica, última obra publicada en vida, ya que Oro y ébano apareció como
edición póstuma, en 1943. En la aldea de Usiacurí llevó una vida de hogar
tranquila y ordenada, al lado de su esposa y sus cinco niños: Cielo, León
Julio, Divina, Lira y Hugo Flórez Moreno. Para el mantenimiento de la
familia, para ganar «el maldito pan», se dedicó a labores agrícolas y
ganaderas en pequeña escala, que fueron reputadas como de «burguesas» por
algún escritor parnasiano contemporáneo suyo, con gran molestia de su
parte. Su poesía adquirió rasgos de reflexión e interiorización, según el
parecer de algunos de sus críticos, aunque en el panorama total de su
producción literaria se encuentran diseminados algunos poemas de contenido
filosófico, como es el caso de "Resurrecciones" y "Todo nos llega tarde".
Rápidamente su salud se fue quebrantando y en el término de dos años una
rebelde enfermedad le deformó el rostro, sin que fuera efectivo ningún
auxilio médico prestado en Barranquilla, Bogotá o Panamá, sobre cuyo
diagnóstico no ha habido ninguna certeza, pero que podría tener rasgos de
un cáncer o melanoma maligno que le afectó la parótida izquierda y le
dificultó el habla. Quizás los últimos cuatro meses de su vida fueron los
más dramáticos. El partido conservador tomó nuevos bríos con la elección
del general Pedro Nel Ospina. La Iglesia redobló las presiones ejercidas
sobre el hombre debilitado por la enfermedad, encaminadas a que retomara
su religión perdida, regresara a los sacramentos y contrajera matrimonio
católico con su esposa, requisito sin el cual los hijos habidos de esa
unión civil no eran aceptados como sus herederos legítimos, según lo
estipulado en el Concordato que regía en Colombia desde 1887. En noviembre
de 1922 Flórez accedió a confesarse, comulgar, contraer matrimonio
católico con Petrona y bautizar a sus hijos. Ante semejante milagro, la
sociedad se conmovió y en Barranquilla promovieron la coronación de Julio
Flórez como poeta nacional, acto al cual accedió gustoso el gobierno del
general Ospina. Pero dada la precaria salud del enfermo, esta ceremonia no
se pudo realizar ni en Bogotá ni en Barranquilla, sino en Usiacurí, a
donde se movilizaron altas personalidades del gobierno, la sociedad y la
cultura en 163 automóviles, a los que se unieron una multitud de
campesinos, trabajadores y estudiantes que querían presenciar el acto.
Así, el 14 de enero de 1923, al borde del sepulcro, Julio Flórez obtuvo un
honor retrasado por treinta años. Pocos días después de esta forzada
ceremonia, el poeta del pueblo colombiano murió rodeado de sus familiares
y amigos, el 7 de febrero. Julio Flórez ha pasado a la historia como un
bardo popular, que supo interpretar los amores y los dolores de la raza
colombiana bajo temas. absolutos como la naturaleza, la madre, la patria,
la amada y la muerte. Su fama como «el último becqueriano», según palabras
de Max Henríquez Ureña, ha desbordado las fronteras nacionales.

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