El valle de mi infancia - Poemas de JOSÉ ROSAS MORENO

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El valle de mi infancia

  Salud, ¡oh valle hermoso!
  Albergue de placer, donde dichoso
  entre sueños espléndidos de amores,
  vi deslizarse un día,
  cual se desliza el agua entre las flores,
  los dulces años de la infancia mía.

  Valle umbroso, salud: hoy el viajero
  tu abrigo lisonjero
  busca ansioso con ávida mirada,
  bendice la quietud de tus vergeles,
  y reclina su frente ensangrentada
  a la sombra feliz de tus laureles.

  Aquí esta la montaña, allí está el río;
  allá del bosque umbrío
  la silenciosa majestad se admira;
  allí el lago retrata el firmamento;
  la fuente, más allá, lenta suspira,
  y agitando los sauces gime el viento.

  Allí la cruz está donde, inspirado,
  el bien del desgraciado
  imploraba con místico cariño,
  elevando a los cíelos mis plegarias,
  y estas agrestes rocas solitarias
  las mismas son que amé cuando era niño.

  Pero es otro el rocío, otra la brisa
  que hoy el abril te da con su sonrisa;
  otras las rosas son de encanto llenas
  que brillan entre el césped de tu alfombra,
  y otras, y otras también las azucenas
  que crecen a tu sombra.

  Cual las olas que pasan suspirando
  los años van pasando;
  un instante con flores se embellecen,
  un punto brilla su fulgor mentido,
  y al fin se desvanecen
  en las oscuras sombras del olvido.

  ¿En dónde están ahora aquellas rosas
  tan puras, tan hermosas?...
  Están, ¡oh valle!, donde está la calma
  de aquellos bellos días tan risueños;
  en donde está mi amor, gloria del alma,
  y en donde están también mis dulces sueños.

  Yo era feliz aquí; yo me adormía
  en plácida alegría,
  por la dulce inocencia acariciado,
  sin más amor que tú, sin otro anhelo
  que amar tus flores y cruzar tu prado,
  cantar tus fuentes y mirar tu cielo.

  Una tarde las aves se alejaban,
  y al ver como volaban,
  sentí el alma agitarse en ansias locas
  y quise, como el águila atrevida,
  cruzar las selvas, dominar las rocas,
  y aspirar otro ambiente y otra vida:

  Y al huracán seguí; y al ver el mundo
  sentí en el corazón horror profundo;
  anhelé las tranquilas soledades
  donde feliz reía,
  y sentí que mi espíritu oprimía
  la atmósfera letal de las ciudades.

  Gozo y placer busqué, gloria y ventura;
  y sólo hallé amargura,
  inquietudes y afán, tedio y congojas;
  del viento del dolor al soplo ardiente,
  cual de tus bellos árboles las hojas,
  se secó la guirnalda de mi frente.

  En vano allí busqué la dulce calma
  y el casto amor del alma:

  sólo en la multitud con mis pesares
  me confundí gimiendo,
  y apagóse perdido entre el estruendo
  el tímido rumor de mis cantares.

  Esquivando el furor de la tormenta,
  cual ave voy que el huracán ahuyenta,
  y ansioso busco ahora
  en tu silencio plácido y tranquilo,
  el apacible asilo
  donde al menos en paz el alma llora.
  También, ¡oh valle!, a marchitar tus galas
  la airada tempestad tiende sus alas;
  tus flores huella y con furor se agita
  marchitando sus vívidos colores...
  ¡Dichosas esas flores
  que el huracán marchita!

  Lejos contemplo ya la infancia mía,
  y muy lejos la tumba todavía;
  oculto afán me mata,
  mi destino en la tierra es muy incierto,
  y lúgubre a mi vista se dilata
  inmenso el porvenir como un desierto.

  Sin oír una voz dulce y querida,
  solo estoy en el valle de la vida,
  cual el ciprés doliente
  que en eterno abandono se consume,
  sin guirnaldas de hiedras en su frente,
  sin que le dé una flor grato perfume.

  Nadie piensa en mi amor, nadie me mira,
  nadie por mí suspira;
  tan sólo la tristeza con mis dolores gime,
  y entre sus brazos trémula me oprime
  y reclina en su seno mi cabeza.

  E1 alma ardiente que en mi afán seguía
  dulce hermana inmortal del alma mía,
  me niega su ternura,
  y sin oír mi queja,
  insensible a mi amarga desventura,
  sin enjugar mis lágrimas se aleja.
  Ya que en vano la llamo cariñoso
  para cruzar con ella el bosque umbroso,
  para contarle amante mi querella
  y dividir con ella mi alegría,
  para soñar con ella
  esta sombra de amor que dura un día.

  A lo mejor gozar el alma quiere
  en el sueño ideal que nunca muere,
  del infinito anhelo
  en que Dios le revela su destino,
  la esperanza feliz del bien divino
  con que existen las almas en el cielo.

  Aquí morir quisiera
  al rumor de tu brisa lisonjera;
  pero ¡ay! delirio, mi ansiedad es vana
  y el soplo sigo del destino airado...
  ¡Quién sabe en dónde me hallaré mañana!
  ¡Quién sabe en dónde moriré ignorado!

  Queda en paz, dulce valle, umbroso asilo,
  donde existe tranquilo,
  plácido albergue de mi amor primero.
  Ya va el sol ocultando sus fulgores,
  y adiós te dice el infeliz viajero
  empapando en sus lágrimas tus flores.

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