Viajero
He recorrido tanto
que confundo los nombres
de países, de calles,
de mujeres sin hombres.
Tengo un brazo más largo
de cargar las maletas
–¿o será que me inclino?–
y miles de etiquetas
pegadas al recuerdo
después de cada aduana:
Madrid, Hong Kong, Marsella,
–¡qué rutina!– La Habana...
Podría hacer un plano
de cuantos urinarios
hay en los aeropuertos
del mundo. Otros horarios,
costumbres diferentes...
pero las actuaciones
del hombre se repiten
en todos los rincones:
–Señora, usted primero.
–la invito–. ¿Ya me ama?
Entonces, ¿qué esperamos?
–nos vamos a la cama–.
–Señor, ¿no me soporta?
–sonrisa– ¡Yo lo hundo!
¿Quién le otorgo el derecho
de despreciar mi mundo?
Siempre es igual el viaje:
Monótono. –¡Qué frío!–.
Propina. –Su equipaje.
–¿Me muestra su pasaje?
–Sí. Viajo hacia el hastío.
He recorrido tanto
que confundo los nombres
de países, de calles,
de mujeres sin hombres.
Tengo un brazo más largo
de cargar las maletas
–¿o será que me inclino?–
y miles de etiquetas
pegadas al recuerdo
después de cada aduana:
Madrid, Hong Kong, Marsella,
–¡qué rutina!– La Habana...
Podría hacer un plano
de cuantos urinarios
hay en los aeropuertos
del mundo. Otros horarios,
costumbres diferentes...
pero las actuaciones
del hombre se repiten
en todos los rincones:
–Señora, usted primero.
–la invito–. ¿Ya me ama?
Entonces, ¿qué esperamos?
–nos vamos a la cama–.
–Señor, ¿no me soporta?
–sonrisa– ¡Yo lo hundo!
¿Quién le otorgo el derecho
de despreciar mi mundo?
Siempre es igual el viaje:
Monótono. –¡Qué frío!–.
Propina. –Su equipaje.
–¿Me muestra su pasaje?
–Sí. Viajo hacia el hastío.