Espronceda
Naciste en forcejeos de noches desalmadas
con la voz del cosaco en graves ascendientes.
Llegaste de mesetas regidas por espadas
ofreciendo holocausto a los hombres valientes.
Bailaban en tu juicio pesadillas ahorcadas,
y dentro de tus ojos, calaveras sonrientes.
Y en la ación de la silla que la historia embelesa
traías el retrato de tu amada Teresa.
El Paladín del Cielo que a todos nos protege
degollando implacable la perversión del sueño;
venía con tus frailes y tropas excelentes
en medio de beato y militar estruendo.
Espoleabas ijares de místicos corceles
en las calladas aguas donde respira el verso.
Vibrabas en redobles de mágicos tambores
con el ritmo perfecto de tus estrofas nobles.
Los tosidos de sol y bostezos de luna
regían el movimiento de tu inmensa fragata,
Y en los espejos grandes de marina fortuna
destacaba furiosa tu imagen de pirata.
Las naves del tesoro caían una a una
cuando tu cañoneo les daba serenata.
Y el divino celeste que a Judíos embelesa
te hacía recordar los ojos de Teresa.
Manifiesto a la orilla de las épicas grandes,
arena de proezas que engendró la mañana,
español fantasmal de los tiempos de antes,
europeo Quijote, con europeas armas:
tu arcabuz demencial resonaba en el aire
con el macabro grito de funerales arias.
Corrían las estrofas por tus largas arterias
como el vino furioso que marea a la tierra.
La óptima energía de tu sangre española
era un extenso mar donde nada se estanca;
ahí se concibieron Elvira la manola
y el Estudiante cruel, que vivió en Salamanca.
Tu estrofa se irisaba en la parroquia sola
donde monjes cantaban su plegaria más blanca.
¡Tu pluma destellaba con la finura expresa
que obtuvo del semblante de su amada Teresa!
Los árboles dormidos, sin luces en las copas,
soñaban con el beso lejano de los aires.
Tu efigie desataba, fervor en otras bocas,
que no eran la soñada por tus ardores grandes.
La creativa llama de productivas horas,
llegaba a la presencia de tus jóvenes tardes;
y al hundirse en la sombra de tu negra melena
surgía como otra llama en melena más negra.
Marea roja de estrellas, tu espíritu fecundo;
oraba intensamente, como judío converso.
Tu centelleante ritmo en el verso profundo
sacudía las fibras de todo el universo.
El joyel negro, alado, de tu gran “Diablo Mundo”
en un mar de penachos fulguraba diverso.
Tu amarga voz llegaba con la eterna tristeza
de aquel rostro afligido que llamabas: "¡Teresa!"
Pájaro grande, enorme, al extender tus alas
exhibiste poder; innato en la Poesía.
Cruzaste la frontera de pasiones humanas
llevando contrabando de oscura pesadilla.
Dejaste el cargamento en las llamas que abrasan
puertas de los instantes donde nace la vida.
No sentías fluir la sangre por tus venas;
pero sí luz de los rayos dictándote poemas.
Movimiento inventado en ruidosa bahía
donde el eje amoroso es único testigo.
¿Escuchas desde afuera al giratorio día?
¡Tú no rodaste al fondo del último castigo!
En el otro hemisferio; sonríe con alegría,
el tiempo sigue siendo de tu genio, el amigo.
Y el sol descomunal, que todo lo emboveda,
custodia tu gran obra... ¡Genial José Espronceda!
Naciste en forcejeos de noches desalmadas
con la voz del cosaco en graves ascendientes.
Llegaste de mesetas regidas por espadas
ofreciendo holocausto a los hombres valientes.
Bailaban en tu juicio pesadillas ahorcadas,
y dentro de tus ojos, calaveras sonrientes.
Y en la ación de la silla que la historia embelesa
traías el retrato de tu amada Teresa.
El Paladín del Cielo que a todos nos protege
degollando implacable la perversión del sueño;
venía con tus frailes y tropas excelentes
en medio de beato y militar estruendo.
Espoleabas ijares de místicos corceles
en las calladas aguas donde respira el verso.
Vibrabas en redobles de mágicos tambores
con el ritmo perfecto de tus estrofas nobles.
Los tosidos de sol y bostezos de luna
regían el movimiento de tu inmensa fragata,
Y en los espejos grandes de marina fortuna
destacaba furiosa tu imagen de pirata.
Las naves del tesoro caían una a una
cuando tu cañoneo les daba serenata.
Y el divino celeste que a Judíos embelesa
te hacía recordar los ojos de Teresa.
Manifiesto a la orilla de las épicas grandes,
arena de proezas que engendró la mañana,
español fantasmal de los tiempos de antes,
europeo Quijote, con europeas armas:
tu arcabuz demencial resonaba en el aire
con el macabro grito de funerales arias.
Corrían las estrofas por tus largas arterias
como el vino furioso que marea a la tierra.
La óptima energía de tu sangre española
era un extenso mar donde nada se estanca;
ahí se concibieron Elvira la manola
y el Estudiante cruel, que vivió en Salamanca.
Tu estrofa se irisaba en la parroquia sola
donde monjes cantaban su plegaria más blanca.
¡Tu pluma destellaba con la finura expresa
que obtuvo del semblante de su amada Teresa!
Los árboles dormidos, sin luces en las copas,
soñaban con el beso lejano de los aires.
Tu efigie desataba, fervor en otras bocas,
que no eran la soñada por tus ardores grandes.
La creativa llama de productivas horas,
llegaba a la presencia de tus jóvenes tardes;
y al hundirse en la sombra de tu negra melena
surgía como otra llama en melena más negra.
Marea roja de estrellas, tu espíritu fecundo;
oraba intensamente, como judío converso.
Tu centelleante ritmo en el verso profundo
sacudía las fibras de todo el universo.
El joyel negro, alado, de tu gran “Diablo Mundo”
en un mar de penachos fulguraba diverso.
Tu amarga voz llegaba con la eterna tristeza
de aquel rostro afligido que llamabas: "¡Teresa!"
Pájaro grande, enorme, al extender tus alas
exhibiste poder; innato en la Poesía.
Cruzaste la frontera de pasiones humanas
llevando contrabando de oscura pesadilla.
Dejaste el cargamento en las llamas que abrasan
puertas de los instantes donde nace la vida.
No sentías fluir la sangre por tus venas;
pero sí luz de los rayos dictándote poemas.
Movimiento inventado en ruidosa bahía
donde el eje amoroso es único testigo.
¿Escuchas desde afuera al giratorio día?
¡Tú no rodaste al fondo del último castigo!
En el otro hemisferio; sonríe con alegría,
el tiempo sigue siendo de tu genio, el amigo.
Y el sol descomunal, que todo lo emboveda,
custodia tu gran obra... ¡Genial José Espronceda!