Celeste - Poemas de Humberto Garza

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Celeste

  Mi pluma está de beneplácito.

  De Celeste a Materia la voz fluye como agua,
  coincidiendo con todo lo gloriado,
  sin paisaje aristado con niebla o vaguedad,
  o cielos que exhiban
  farsante ruido de campanas.

  Palabras resbalan por nevados de papel
  como barcos sobre un mar agitado;
  sobre un mar que aún no despierta
  porque busca vanamente repetirse
  en sueños recurrentes.

  Resido en griteríos y balbuceos plenos de arrobamiento.
  Verano husmea casi en la agonía
  de esta cálida noche;
  confuso ante el paisaje de árboles sin ruiseñores,
  y oscuridades sin luciérnagas.
  Intento volar al universo, desde este punto de agasajos,
  (donde un perro destruye la sequía del sonido)
  pero el follaje de los astros es denso para este fervor engrandecido
  con Celeste a mi lado ofreciéndose al hambre de mis besos.

  Aprendí, por osmosis,
  su dilatado repertorio de aspavientos
  al tenerla constante junto a mí;
  rehabilitando formas, comisionando sueños,
  y cuidando y maltratando brotes de una planta
  que vivía en lobreguez y frenesí.

  Su refulgencia de manzana
  se infatuó con incertidumbres
  allá en el plan de un río de precámbricas piedras,
  donde hambrientas visiones andaban errabundas
  y el sanguíneo emisario era un púgil infante.
  La luna, llegó a la cumbre de una loma
  para adornarse con las máscaras
  del orbe de los muertos.
  Y una marea de andarines cometas
  cruzó por el espinazo de la sierra
  que tiene muchos pinos
  e incontables secretos.

  Nuestro romance olía a vaho de meteoros,
  vivía en melodías que no se iban del aire,
  se percibía en besanas donde infecunda hierba
  veía en pesadillas una hoz delirante.
  Yo distinguí su aroma y carne bendecida
  en los días de lluvia y de frío constante;
  cuando llegó cantando: “¿Quién es quien nunca muere?
  ¿Quién es quien no abandona? ¿Quién es quien sólo nace?”

  Celeste de mis días y mis noches…

  Azúzame con bocanadas de neutrinos
  ahora que zurzo con hilo de tus ríos
  el árida epidermis de lomas y montañas.
  Transpórtame al festivo hogar del filarmónico
  para abatir los goznes de sus puertas
  con mi ariete de aullidos y palabras.
  Remíteme a las puertas de nuevas mancebías
  para robar mujeres transitorias de otros
  en mis últimas noches y en mis últimos días.

  Ahora que los sordos jeroglíficos del ardor me pueblan...
  Llévame a la fría Nube de Ort
  para atisbar la vestimenta nívea
  que te prohíbe nuestro padre el Sol.
  Purifícame en esta parte ególatra del sueño
  que llega precediendo al triunfo y la agonía
  del heredero.

  Hoy renuncio al mérito de experiencias estatuarias,
  y renuncio a la fuerza de la fuerza
  que tenía cada verso con mi nombre…
  ¡Para adorar tu imagen!

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