Celeste
Mi pluma está de beneplácito.
De Celeste a Materia la voz fluye como agua,
coincidiendo con todo lo gloriado,
sin paisaje aristado con niebla o vaguedad,
o cielos que exhiban
farsante ruido de campanas.
Palabras resbalan por nevados de papel
como barcos sobre un mar agitado;
sobre un mar que aún no despierta
porque busca vanamente repetirse
en sueños recurrentes.
Resido en griteríos y balbuceos plenos de arrobamiento.
Verano husmea casi en la agonía
de esta cálida noche;
confuso ante el paisaje de árboles sin ruiseñores,
y oscuridades sin luciérnagas.
Intento volar al universo, desde este punto de agasajos,
(donde un perro destruye la sequía del sonido)
pero el follaje de los astros es denso para este fervor engrandecido
con Celeste a mi lado ofreciéndose al hambre de mis besos.
Aprendí, por osmosis,
su dilatado repertorio de aspavientos
al tenerla constante junto a mí;
rehabilitando formas, comisionando sueños,
y cuidando y maltratando brotes de una planta
que vivía en lobreguez y frenesí.
Su refulgencia de manzana
se infatuó con incertidumbres
allá en el plan de un río de precámbricas piedras,
donde hambrientas visiones andaban errabundas
y el sanguíneo emisario era un púgil infante.
La luna, llegó a la cumbre de una loma
para adornarse con las máscaras
del orbe de los muertos.
Y una marea de andarines cometas
cruzó por el espinazo de la sierra
que tiene muchos pinos
e incontables secretos.
Nuestro romance olía a vaho de meteoros,
vivía en melodías que no se iban del aire,
se percibía en besanas donde infecunda hierba
veía en pesadillas una hoz delirante.
Yo distinguí su aroma y carne bendecida
en los días de lluvia y de frío constante;
cuando llegó cantando: “¿Quién es quien nunca muere?
¿Quién es quien no abandona? ¿Quién es quien sólo nace?”
Celeste de mis días y mis noches…
Azúzame con bocanadas de neutrinos
ahora que zurzo con hilo de tus ríos
el árida epidermis de lomas y montañas.
Transpórtame al festivo hogar del filarmónico
para abatir los goznes de sus puertas
con mi ariete de aullidos y palabras.
Remíteme a las puertas de nuevas mancebías
para robar mujeres transitorias de otros
en mis últimas noches y en mis últimos días.
Ahora que los sordos jeroglíficos del ardor me pueblan...
Llévame a la fría Nube de Ort
para atisbar la vestimenta nívea
que te prohíbe nuestro padre el Sol.
Purifícame en esta parte ególatra del sueño
que llega precediendo al triunfo y la agonía
del heredero.
Hoy renuncio al mérito de experiencias estatuarias,
y renuncio a la fuerza de la fuerza
que tenía cada verso con mi nombre…
¡Para adorar tu imagen!
Mi pluma está de beneplácito.
De Celeste a Materia la voz fluye como agua,
coincidiendo con todo lo gloriado,
sin paisaje aristado con niebla o vaguedad,
o cielos que exhiban
farsante ruido de campanas.
Palabras resbalan por nevados de papel
como barcos sobre un mar agitado;
sobre un mar que aún no despierta
porque busca vanamente repetirse
en sueños recurrentes.
Resido en griteríos y balbuceos plenos de arrobamiento.
Verano husmea casi en la agonía
de esta cálida noche;
confuso ante el paisaje de árboles sin ruiseñores,
y oscuridades sin luciérnagas.
Intento volar al universo, desde este punto de agasajos,
(donde un perro destruye la sequía del sonido)
pero el follaje de los astros es denso para este fervor engrandecido
con Celeste a mi lado ofreciéndose al hambre de mis besos.
Aprendí, por osmosis,
su dilatado repertorio de aspavientos
al tenerla constante junto a mí;
rehabilitando formas, comisionando sueños,
y cuidando y maltratando brotes de una planta
que vivía en lobreguez y frenesí.
Su refulgencia de manzana
se infatuó con incertidumbres
allá en el plan de un río de precámbricas piedras,
donde hambrientas visiones andaban errabundas
y el sanguíneo emisario era un púgil infante.
La luna, llegó a la cumbre de una loma
para adornarse con las máscaras
del orbe de los muertos.
Y una marea de andarines cometas
cruzó por el espinazo de la sierra
que tiene muchos pinos
e incontables secretos.
Nuestro romance olía a vaho de meteoros,
vivía en melodías que no se iban del aire,
se percibía en besanas donde infecunda hierba
veía en pesadillas una hoz delirante.
Yo distinguí su aroma y carne bendecida
en los días de lluvia y de frío constante;
cuando llegó cantando: “¿Quién es quien nunca muere?
¿Quién es quien no abandona? ¿Quién es quien sólo nace?”
Celeste de mis días y mis noches…
Azúzame con bocanadas de neutrinos
ahora que zurzo con hilo de tus ríos
el árida epidermis de lomas y montañas.
Transpórtame al festivo hogar del filarmónico
para abatir los goznes de sus puertas
con mi ariete de aullidos y palabras.
Remíteme a las puertas de nuevas mancebías
para robar mujeres transitorias de otros
en mis últimas noches y en mis últimos días.
Ahora que los sordos jeroglíficos del ardor me pueblan...
Llévame a la fría Nube de Ort
para atisbar la vestimenta nívea
que te prohíbe nuestro padre el Sol.
Purifícame en esta parte ególatra del sueño
que llega precediendo al triunfo y la agonía
del heredero.
Hoy renuncio al mérito de experiencias estatuarias,
y renuncio a la fuerza de la fuerza
que tenía cada verso con mi nombre…
¡Para adorar tu imagen!