Sale de la sagrada
Sale de la sagrada
Cipro la soberana ninfa Flora,
vestida y adornada
del color de la Aurora,
con que pinta la tierra, el cielo dora.
De la neuada y llana
frente del leuantado monte arroja
la cauellera cana
del viejo inuierno, y moja
el nueuo fruto en esperança y hoja.
Deslízase corriendo
por los hermosos mármoles de Paro,
las alturas huyendo,
vn arroyuelo claro,
de la cuesta beldad, del valle amparo.
Corre bramando y salta
y, codiciosamente procurando
adelantarse, esmalta
de plata el cristal blando,
con la espuma que quaxa golpeando.
Viste y ensoberueze
con diferentes hojas la corona
de plantas y floreze
las que apenas perdona
furioso rayo de la ardiente Zona.
El regalado aliento
del bullicioso Zéfiro, encerrado
en las hojas, el viento
enriqueze, y el prado
éste de flor y aquél de olor sagrado.
Y reduzido, quanto
baña el mar, tiene el suelo, el cielo cría,
a más bien, con el llanto,
que al assomar del día,
viene haziendo la Aurora húmida y fría.
Todo brota y estiende
ramas, hojas y flores, nardo y rosa;
la vid enlaza y prende
el olmo y la hermosa
yedra sube tras ella presurosa.
Yo, triste, el cielo quiere
que yerto inuierno ocupe el alma mía
y que si rayo viere
de aquella luz del día,
furioso sea, y no como solía.
Renueua, Filis, esta
esperança marchita, que la elada
Aura de tu respuesta
tiene desalentada.
Ven, Primavera, ven, mi flor amada.
Ven, Filis, y del grato
inuidiado contento del aldea
goza, que el pecho ingrato,
que tu beldad afea,
aquí tendrá el descanso que desea.
Sale de la sagrada
Cipro la soberana ninfa Flora,
vestida y adornada
del color de la Aurora,
con que pinta la tierra, el cielo dora.
De la neuada y llana
frente del leuantado monte arroja
la cauellera cana
del viejo inuierno, y moja
el nueuo fruto en esperança y hoja.
Deslízase corriendo
por los hermosos mármoles de Paro,
las alturas huyendo,
vn arroyuelo claro,
de la cuesta beldad, del valle amparo.
Corre bramando y salta
y, codiciosamente procurando
adelantarse, esmalta
de plata el cristal blando,
con la espuma que quaxa golpeando.
Viste y ensoberueze
con diferentes hojas la corona
de plantas y floreze
las que apenas perdona
furioso rayo de la ardiente Zona.
El regalado aliento
del bullicioso Zéfiro, encerrado
en las hojas, el viento
enriqueze, y el prado
éste de flor y aquél de olor sagrado.
Y reduzido, quanto
baña el mar, tiene el suelo, el cielo cría,
a más bien, con el llanto,
que al assomar del día,
viene haziendo la Aurora húmida y fría.
Todo brota y estiende
ramas, hojas y flores, nardo y rosa;
la vid enlaza y prende
el olmo y la hermosa
yedra sube tras ella presurosa.
Yo, triste, el cielo quiere
que yerto inuierno ocupe el alma mía
y que si rayo viere
de aquella luz del día,
furioso sea, y no como solía.
Renueua, Filis, esta
esperança marchita, que la elada
Aura de tu respuesta
tiene desalentada.
Ven, Primavera, ven, mi flor amada.
Ven, Filis, y del grato
inuidiado contento del aldea
goza, que el pecho ingrato,
que tu beldad afea,
aquí tendrá el descanso que desea.