Al vulgo de antequera sobre nuestra señora de monteagudo - Poemas de Pedro Espinosa

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Al vulgo de antequera sobre nuestra señora de monteagudo

Vulgo de mil cabezas,
justamente te espantas
de ver en Antequera
la dama de la Infanta.

Cudicioso preguntas,
malicioso reparas,
inconstante en las obras,
novel en las palabras.

Con llave de oro puro
abriré a tu ignorancia
las bien cerradas puertas,
con desiguales guardas.

Donde el Norte espacioso
prende en cristal las aguas
y el Orión valiente
cala yelmo de escarcha.

Entre desnudos juncos,
corre el flamenco Escalda,
cinta de Monteagudo,
guarnición de sus faldas.

Aquí un dórico templo
altas puntas levanta,
tropiezo de los bueyes
de la luna de plata.

En este venció el fuego
al oro con la llama,
con la luz al piropo,
y con el humo al ámbar.

Aquí, honradas de dones,
las virginales aras
mostraron que ha quedado
piedad en Alemaña.

Cuantos en corvas naves
los fríos mares rasgan,
libres de la tormenta
vieron esta montaña.

A ti, gloriosa Virgen,
cortésmente serrana,
cumplieron nobles votos,
cantaron alabanzas.

De naves y cadenas,
de cera rubia y blanca,
dio el agradecimiento
cortinas a su alcázar.

En tanto el belga hereje,
para abrasar su casa,
hería el pedernal,
que es cárcel de las llamas,

cuanto, atenta a sus golpes
la que pasó de España,
la nobleza en la sangre,
la piedad en el alma,

hurtó sagradamente
de un árbol la manzana
que sanó a todo el mundo
y aquel de Adán restaura.

Cubierto de una nube
puso el sol en su patria,
do el que nace en Oriente
dentro del mar descansa.

Es la Reina, que viene
con su gente de guardia,
de la casa del campo
a morar en su casa.

Recíbela la gente
contenta, si admirada,
quemando sacro incienso,
blandiendo tiernas palmas.

En honra de los vientos,
versos los cisnes cantan,
de vanidad devota
ostentaciones sanetas.

Mas hurtaos, versos míos,
a los saraos y danzas,
y honrad la que a la Virgen,
cual Joseph, acompaña.

Y aquel que dignamente
viste la cruz de grana,
que ilustre solicita
gloriosas alabanzas.

Mas a tan alto vuelo
no se atreven mis alas,
si ya mi monumento
no pretendo en las aguas.

Ves aquí, vulgo necio,
el debujo en estampa;
que para tu torpeza
torpes rasguños bastan.

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