A mi estrella
¿Veis aquella estrella? dijo el
Emperador al Cardenal de Fesch señalando, en medio del
día, el cielo: pues aquella es la mía.
VIDA DE NAPOLEÓN.
¡Salve, luz
de mi vida!
Guiadora gentil de mi carrera,
¡Estrella mía, salve!
Largo tiempo mis ojos te han buscado:
En el zafir celeste
Clavados largo tiempo, a tus brillantes
Hermanas preguntaron,
¡Ay! y a su voz ninguna sonreía.
Mas tú... yo te conozco,
Y tú me escucharás, Ninfa del Éter.
Sobre tus áureas alas
A tu mortal desciende que te implora,
Y así de su destino
La ley sobre su frente con un rayo
De tu corona escribe:
«Ciencias vanas que el alma ensoberbecen
»Y el corazón corrompen,
»Favor de plebe y dones de tiranos
»Este mortal desprecia:
»Ni asesino de déspotas, ni siervo
»Será, ni de virtudes
»Enseñador que ultrajan los mortales
»O mofan, ni de leyes
»Artífice que a guisa de rameras
»Con desdén o con saña
»Miran al infeliz, y al poderoso
»Cariñosas sonríen.
»¡Hombres! pensad, mas permitid que piense:
»Dejad pasar su carro
»Que no él el vuestro impedirá que marche.
»De vuestra fantasía
»Los ídolos amad: él nada anhela
»De lo que amáis vosotros.
»Del corazón en el altar, do tiene
»Pocos nombres inscritos,
»Arde una llama pura, inmensa, eterna:
»¡Hombres! ella le basta;
»Nada quiere de vos mas que el olvido.»
Finiste, amada Ninfa,
Y agradecida el alma te bendice.
Sobre tus alas de oro
Vuelve otra vez a tu mansión celeste:
Yo lejos de los hombres
Levantaré mi choza solitaria,
Y mis oscuros días
Con tu luz regiré modesta y pura.
Del perdón en las aguas
Me lavaré, y envuelto en mi inocencia
Veré caer y alzarse
Y otra vez sucumbir reyes y pueblos:
Por altos conductores
Veré a un arena vil viles rebaños
Guiar de humanas fieras,
Y apedazarse, devorarse, el alma
Saciar de los caudillos
Con scenas de matanza y de carnaje:
Horrorosas contiendas
Que encienden solo cuantas de infierno hijas
Rabiosas pasiones,
Desde que existe, al universo asuelan,
En máscaras hermosas
Siempre velado el lúrido semblante.
¡Yo lo veré -con llanto!
Pero mi pecho latirá tranquilo.
Del Ida allá en la cumbre
Así al Saturnio el gran cantor nos pinta
El áspera refriega
Contemplando de Téucros y de Aquivos:
Caen los héroes; rojas
Con la sangre las límpidas corrientes
El Janto y Símois vuelcan;
La faz llorosa y suplicantes manos
Al Olimpo dirigen
Las Dárdanas esposas y las madres;
De las Deidades mismas
El feliz corazón palpita inquieto:
Y calma goza eterna
El Padre de los hombres y los dioses.
¿Veis aquella estrella? dijo el
Emperador al Cardenal de Fesch señalando, en medio del
día, el cielo: pues aquella es la mía.
VIDA DE NAPOLEÓN.
¡Salve, luz
de mi vida!
Guiadora gentil de mi carrera,
¡Estrella mía, salve!
Largo tiempo mis ojos te han buscado:
En el zafir celeste
Clavados largo tiempo, a tus brillantes
Hermanas preguntaron,
¡Ay! y a su voz ninguna sonreía.
Mas tú... yo te conozco,
Y tú me escucharás, Ninfa del Éter.
Sobre tus áureas alas
A tu mortal desciende que te implora,
Y así de su destino
La ley sobre su frente con un rayo
De tu corona escribe:
«Ciencias vanas que el alma ensoberbecen
»Y el corazón corrompen,
»Favor de plebe y dones de tiranos
»Este mortal desprecia:
»Ni asesino de déspotas, ni siervo
»Será, ni de virtudes
»Enseñador que ultrajan los mortales
»O mofan, ni de leyes
»Artífice que a guisa de rameras
»Con desdén o con saña
»Miran al infeliz, y al poderoso
»Cariñosas sonríen.
»¡Hombres! pensad, mas permitid que piense:
»Dejad pasar su carro
»Que no él el vuestro impedirá que marche.
»De vuestra fantasía
»Los ídolos amad: él nada anhela
»De lo que amáis vosotros.
»Del corazón en el altar, do tiene
»Pocos nombres inscritos,
»Arde una llama pura, inmensa, eterna:
»¡Hombres! ella le basta;
»Nada quiere de vos mas que el olvido.»
Finiste, amada Ninfa,
Y agradecida el alma te bendice.
Sobre tus alas de oro
Vuelve otra vez a tu mansión celeste:
Yo lejos de los hombres
Levantaré mi choza solitaria,
Y mis oscuros días
Con tu luz regiré modesta y pura.
Del perdón en las aguas
Me lavaré, y envuelto en mi inocencia
Veré caer y alzarse
Y otra vez sucumbir reyes y pueblos:
Por altos conductores
Veré a un arena vil viles rebaños
Guiar de humanas fieras,
Y apedazarse, devorarse, el alma
Saciar de los caudillos
Con scenas de matanza y de carnaje:
Horrorosas contiendas
Que encienden solo cuantas de infierno hijas
Rabiosas pasiones,
Desde que existe, al universo asuelan,
En máscaras hermosas
Siempre velado el lúrido semblante.
¡Yo lo veré -con llanto!
Pero mi pecho latirá tranquilo.
Del Ida allá en la cumbre
Así al Saturnio el gran cantor nos pinta
El áspera refriega
Contemplando de Téucros y de Aquivos:
Caen los héroes; rojas
Con la sangre las límpidas corrientes
El Janto y Símois vuelcan;
La faz llorosa y suplicantes manos
Al Olimpo dirigen
Las Dárdanas esposas y las madres;
De las Deidades mismas
El feliz corazón palpita inquieto:
Y calma goza eterna
El Padre de los hombres y los dioses.