Nocturno de la copla callejera
Tiempo ha quemé mis naves
como el conquistador,
y me lancé al trajín de la aventura
de un corazón en otro corazón;
pero...
confieso yo
que he tenido también mi noche triste.
¡Oh noche triste en que llorando estoy!
¡Oh noche en que, vagando
por los barrios oscuros de aspecto evocador,
donde en casas humildes sueña el romanticismo
de vírgenes enfermas de Luna y de canción,
me ha interrumpido el paso
una copla escapada por el hueco traidor
de una ventana, a sólo
clavárseme a mitad del corazón...
Y la copla a mí vino
lanzada, entre el rezongo de un viejo acordeón,
por algún mozalbete presumido
según era el descaro de su engolada voz.
No me llegó la copla redondeada;
no me llegó,
sino algo en que ponía su miel un primer beso
o en que abría su rosa quizá un primer rubor..
Pero...
¡ay de mí! sí estoy
seguro del final que en lo más hondo
su envenenada punta me clavó.
Tales palabras
son:
-"Pienso en aquél que te quiso
antes de quererte yo"-.
Ya que lejos de ti, siéntote acaso
más adentro que nunca de mi amor,
ha venido esta copla destemplada
a destemplar también mi corazón:
yo no he sido el primer hombre que amaste...
No he sido, no,
amor primero de mujer ninguna...
No he despertado en nadie la primera emoción...
No he probado la miel de un primer beso,
ni abrí la rosa de un primer rubor..
¿Comprendes tú qué sangre
lloro en mi noche triste? ¿Comprendes qué canción
es la que me sugiere aquella copla
venida a mí quizá como la voz
que detuvo, camino de Damasco,
también a un pecador?
La primera mujer que amé en la vida,
al oír que la amaba, colérica me huyó;
la segunda mujer, sonrisas tuvo
para mí que antes tuvo para otros tal vez... y luego adiós
díjome desde lo alto de un navío
en que de mí por siempre se alejó;
la tercera mujer no pudo nunca,
desde su ostentación
de estrella, percatarse
de mi apasionamiento de pastor;
una me dio una cita en cierta noche
en que, para burlarme, se murió;
otra me dijo con los ojos algo
que todavía descifrando estoy,
porque en ningunos ojos volví a hallar tal mirada,
con que piadosamente me ha de ver quizá hoy Dios...
Después... téngolo dicho:
he quemado mis naves como el conquistador
y me he entrado también a sangre y fuego
de un corazón a otro corazón;
y en esta noche triste,
tengo un orgullo sabio, porque no he sido yo
amor primero de mujer ninguna,
pero el último sí: ¡seguro estoy!
Y, así, como amor último que he sido,
de más de una mujer, pienso en tu amor;
y pensando en la copla callejera,
la hago decir con todo mi orgullo indoespañol:
¡Pienso en aquél que te quiera
después de quererte yo!
Tiempo ha quemé mis naves
como el conquistador,
y me lancé al trajín de la aventura
de un corazón en otro corazón;
pero...
confieso yo
que he tenido también mi noche triste.
¡Oh noche triste en que llorando estoy!
¡Oh noche en que, vagando
por los barrios oscuros de aspecto evocador,
donde en casas humildes sueña el romanticismo
de vírgenes enfermas de Luna y de canción,
me ha interrumpido el paso
una copla escapada por el hueco traidor
de una ventana, a sólo
clavárseme a mitad del corazón...
Y la copla a mí vino
lanzada, entre el rezongo de un viejo acordeón,
por algún mozalbete presumido
según era el descaro de su engolada voz.
No me llegó la copla redondeada;
no me llegó,
sino algo en que ponía su miel un primer beso
o en que abría su rosa quizá un primer rubor..
Pero...
¡ay de mí! sí estoy
seguro del final que en lo más hondo
su envenenada punta me clavó.
Tales palabras
son:
-"Pienso en aquél que te quiso
antes de quererte yo"-.
Ya que lejos de ti, siéntote acaso
más adentro que nunca de mi amor,
ha venido esta copla destemplada
a destemplar también mi corazón:
yo no he sido el primer hombre que amaste...
No he sido, no,
amor primero de mujer ninguna...
No he despertado en nadie la primera emoción...
No he probado la miel de un primer beso,
ni abrí la rosa de un primer rubor..
¿Comprendes tú qué sangre
lloro en mi noche triste? ¿Comprendes qué canción
es la que me sugiere aquella copla
venida a mí quizá como la voz
que detuvo, camino de Damasco,
también a un pecador?
La primera mujer que amé en la vida,
al oír que la amaba, colérica me huyó;
la segunda mujer, sonrisas tuvo
para mí que antes tuvo para otros tal vez... y luego adiós
díjome desde lo alto de un navío
en que de mí por siempre se alejó;
la tercera mujer no pudo nunca,
desde su ostentación
de estrella, percatarse
de mi apasionamiento de pastor;
una me dio una cita en cierta noche
en que, para burlarme, se murió;
otra me dijo con los ojos algo
que todavía descifrando estoy,
porque en ningunos ojos volví a hallar tal mirada,
con que piadosamente me ha de ver quizá hoy Dios...
Después... téngolo dicho:
he quemado mis naves como el conquistador
y me he entrado también a sangre y fuego
de un corazón a otro corazón;
y en esta noche triste,
tengo un orgullo sabio, porque no he sido yo
amor primero de mujer ninguna,
pero el último sí: ¡seguro estoy!
Y, así, como amor último que he sido,
de más de una mujer, pienso en tu amor;
y pensando en la copla callejera,
la hago decir con todo mi orgullo indoespañol:
¡Pienso en aquél que te quiera
después de quererte yo!