CreaciÓn
La primera vez que te amé,
La luna llevaba a un niño de la mano
Y nos decía adiós.
Ricardo Castrorrivas
Construí un techo para refugiar nuestro corazón
de las tinieblas.
Levanté columnas, vigas y paredes con cortezas de árboles
y hojas de plátanos para cubrir el alimento.
Una roca era la fuente donde el agua fuera reserva
para refrescar el corazón.
El cielo no era falso sino una nube
que le robé a la noche de luna creciente,
con algunas manchitas negras que recordaban tormentas,
pero era lo más cercano a la perfección.
Y el rocío roció de paz y sonrisas nuestro camino,
para encumbrar la poesía en su altar.
Las puertas eran la entrada perfecta para besar
la brisa de la noche desde sus labios.
Adorné las ventanas con cortinas de plumas de colibríes
para que el viento cantara mejor por las mañanas.
Ceibas, maquilishuats y conacastes eran nuestros aposentos,
nuestro asiento eterno para evitar la presión alta
que el trabajo trae y propone cada día;
aún con este césped, en nuestra casa, que nuestros pies acaricia.
El mar era el patio más perfecto, más fecundo, más profundo.
Las paredes se tapizaban de vida, luz y suspiros;
los rostros de nuestros futuros hijos eran sus retratos mismos;
la transparencia, el color preferido por nuestras almas
y el brillo del corazón, sus espejos.
Las estrellas eran lámparas intermitentes
como el devenir del corazón.
La luna era nuestra tez y el sol, la realidad impía, devorante.
Decidí sembrar un jardín de corazones blancos, rojos y tiernos.
Tallos de abrazos, semillas de labios
para el beso perfecto, rasgante, viviente y estridente.
Un arroyo nacía para alejar impurezas
que nuestro latir producía como fango para cerdos.
Con eso todo estaba ya, sólo te espera aquí.
A la siguiente luna visitamos
el altar más pulcro del hogar: la poesía.
Ataviamos nuestras almas para ser carne
de nuestras mismas carnes.
El verso y la estrofa eran los fundamentos más sólidos,
las fortalezas más densas para atacar temblores, llantos.
El último día decidí dormir para soñar el mejor hogar.
Pero al despertar, alguien me había robado
una viga del corazón
y el invierno de llanto mi techo inundó.
La primera vez que te amé,
La luna llevaba a un niño de la mano
Y nos decía adiós.
Ricardo Castrorrivas
Construí un techo para refugiar nuestro corazón
de las tinieblas.
Levanté columnas, vigas y paredes con cortezas de árboles
y hojas de plátanos para cubrir el alimento.
Una roca era la fuente donde el agua fuera reserva
para refrescar el corazón.
El cielo no era falso sino una nube
que le robé a la noche de luna creciente,
con algunas manchitas negras que recordaban tormentas,
pero era lo más cercano a la perfección.
Y el rocío roció de paz y sonrisas nuestro camino,
para encumbrar la poesía en su altar.
Las puertas eran la entrada perfecta para besar
la brisa de la noche desde sus labios.
Adorné las ventanas con cortinas de plumas de colibríes
para que el viento cantara mejor por las mañanas.
Ceibas, maquilishuats y conacastes eran nuestros aposentos,
nuestro asiento eterno para evitar la presión alta
que el trabajo trae y propone cada día;
aún con este césped, en nuestra casa, que nuestros pies acaricia.
El mar era el patio más perfecto, más fecundo, más profundo.
Las paredes se tapizaban de vida, luz y suspiros;
los rostros de nuestros futuros hijos eran sus retratos mismos;
la transparencia, el color preferido por nuestras almas
y el brillo del corazón, sus espejos.
Las estrellas eran lámparas intermitentes
como el devenir del corazón.
La luna era nuestra tez y el sol, la realidad impía, devorante.
Decidí sembrar un jardín de corazones blancos, rojos y tiernos.
Tallos de abrazos, semillas de labios
para el beso perfecto, rasgante, viviente y estridente.
Un arroyo nacía para alejar impurezas
que nuestro latir producía como fango para cerdos.
Con eso todo estaba ya, sólo te espera aquí.
A la siguiente luna visitamos
el altar más pulcro del hogar: la poesía.
Ataviamos nuestras almas para ser carne
de nuestras mismas carnes.
El verso y la estrofa eran los fundamentos más sólidos,
las fortalezas más densas para atacar temblores, llantos.
El último día decidí dormir para soñar el mejor hogar.
Pero al despertar, alguien me había robado
una viga del corazón
y el invierno de llanto mi techo inundó.