Súbita
para Roxana Elena
Despierto y me sorprendo porque la luna sigue en la ventana
sobre los árboles aún jóvenes, los más verdes del año.
El frío cae como un abrigo blanco sobre las pálidas montañas.
No hay pájaros aquí, solo un silencio extraño y profundo
que se mueve como un alma nefasta sobre el cielo de oriente,
y tú, que vienes como otro frío extenso,
que entras en mí igual que el bosque en los cerros lejanos,
más auténtica que toda esta tristeza,
y te alojas en mí como la claridad repentina se aloja en el relámpago.
Me hablas, dices todo mi nombre, tus palabras son hojas
que caen sobre un piso oscurecido por mi sombra.
Veo el mar en tus ojos, un horizonte oscuro o quizás casi oscuro.
Cierto sabor lentísimo baja por mi garganta siempre que vuelves súbita.
Te has convertido en el milagro que he comprendido apenas
como comprende el niño la existencia del fuego.
para Roxana Elena
Despierto y me sorprendo porque la luna sigue en la ventana
sobre los árboles aún jóvenes, los más verdes del año.
El frío cae como un abrigo blanco sobre las pálidas montañas.
No hay pájaros aquí, solo un silencio extraño y profundo
que se mueve como un alma nefasta sobre el cielo de oriente,
y tú, que vienes como otro frío extenso,
que entras en mí igual que el bosque en los cerros lejanos,
más auténtica que toda esta tristeza,
y te alojas en mí como la claridad repentina se aloja en el relámpago.
Me hablas, dices todo mi nombre, tus palabras son hojas
que caen sobre un piso oscurecido por mi sombra.
Veo el mar en tus ojos, un horizonte oscuro o quizás casi oscuro.
Cierto sabor lentísimo baja por mi garganta siempre que vuelves súbita.
Te has convertido en el milagro que he comprendido apenas
como comprende el niño la existencia del fuego.