Poecilia latipina
Era un pez sonriente de color verde tierra,
pequeño y algo triste. No dormía ni hacía ruido.
Sus ojillos redondos ardían como lámparas
observando, curiosos, el ritmo irregular de las estrellas.
En las sombras del sueño lo miraba moverse
y yo me preguntaba si su viaje era un canto,
un gozo, o una muerte muy lenta.
Los domingos,
al sonar la campana de las diez menos veinte,
levantaba su cola, hacía vibrar las ramas
de los corales negros que nacen en la arena,
y giraba hacia el este buscando el horizonte
que lo llevaba al mar y a las orillas.
Era un pez sonriente de color verde tierra,
pequeño y algo triste. No dormía ni hacía ruido.
Sus ojillos redondos ardían como lámparas
observando, curiosos, el ritmo irregular de las estrellas.
En las sombras del sueño lo miraba moverse
y yo me preguntaba si su viaje era un canto,
un gozo, o una muerte muy lenta.
Los domingos,
al sonar la campana de las diez menos veinte,
levantaba su cola, hacía vibrar las ramas
de los corales negros que nacen en la arena,
y giraba hacia el este buscando el horizonte
que lo llevaba al mar y a las orillas.