Cuando los prados
Cuando los prados
se visten con la luz del alba;
cuando la espuma del mar,
se muere sobre las orillas;
y los árboles conquistan el cielo
en la gris derrota de las nubes;
y en los caducos labios de la luna
se ha prendido el oro
de un beso de sol.
Las plazas, avenidas, fuentes,
las ciudadanas cuadrículas,
tienen entonces esos vagidos de belleza.
Ello sucede también, sí, en los oxígenos
mestizos, en la reglada suciedad
de crepúsculos escuetos. Morada
ventana de un bar que reluce sus otoños.
En las piedras nocturnas
de plazas escritas en cincel.
En las mañanas de brillos lacónicos-
el estricto dosaje de una luz presidiaria-.
El azúcar que abraza la humildad del café,
el sencillo goce de las luces eléctricas
flotando en la fuente estatuaria.
Pero no es suficiente.
A lo lejos, el campo acerca sus dedos
cargados de arco iris; su labio
empapado de apetitos vinosos;
sus ojos que exhalan
inmáculos pulimentos solares.
Todo ello sobre la ciudad:
Sobre el café de cada mañana,
el periódico de chismorreosas tipografías,
en el sucio centelleo de las monedas
que circulan
como la sangre de nuestras venas.
En el ébano industrioso del cielo;
bajo el cual soñamos seguir nuestros sueños,
despertar de lo que despertamos a medias.
A lo lejos, en los prados.
En los pájaros, en las forestas, flores,
abejas, ciervos. en la osadumbre nudosa
de los catedralicios boscajes de los árboles,
aún hay todavía ciudadanos,
y acaso una verdadera ciudad.
Cuando los prados
se visten con la luz del alba;
cuando la espuma del mar,
se muere sobre las orillas;
y los árboles conquistan el cielo
en la gris derrota de las nubes;
y en los caducos labios de la luna
se ha prendido el oro
de un beso de sol.
Las plazas, avenidas, fuentes,
las ciudadanas cuadrículas,
tienen entonces esos vagidos de belleza.
Ello sucede también, sí, en los oxígenos
mestizos, en la reglada suciedad
de crepúsculos escuetos. Morada
ventana de un bar que reluce sus otoños.
En las piedras nocturnas
de plazas escritas en cincel.
En las mañanas de brillos lacónicos-
el estricto dosaje de una luz presidiaria-.
El azúcar que abraza la humildad del café,
el sencillo goce de las luces eléctricas
flotando en la fuente estatuaria.
Pero no es suficiente.
A lo lejos, el campo acerca sus dedos
cargados de arco iris; su labio
empapado de apetitos vinosos;
sus ojos que exhalan
inmáculos pulimentos solares.
Todo ello sobre la ciudad:
Sobre el café de cada mañana,
el periódico de chismorreosas tipografías,
en el sucio centelleo de las monedas
que circulan
como la sangre de nuestras venas.
En el ébano industrioso del cielo;
bajo el cual soñamos seguir nuestros sueños,
despertar de lo que despertamos a medias.
A lo lejos, en los prados.
En los pájaros, en las forestas, flores,
abejas, ciervos. en la osadumbre nudosa
de los catedralicios boscajes de los árboles,
aún hay todavía ciudadanos,
y acaso una verdadera ciudad.