Olorosa a fresas
Insisto, es la misma mujer.
Todos la deseamos y ella se da por enterada por las apetencias masculinas;
taconea, levanta hombros, desata calamares con las piernas,
deja rastro y pantera con rugido de muslos en las entrañas.
Insisto en la mujer misma. Supongo que ella adivina mi deseo, lo provoca con pavoroso escote,
henchido labio, pómulo de amanecer africano y estómago de abeja paralizada.
Pero el misterio de su belleza pocos lo disfrutan, cuando la electrizan con piropos obscenos,
y ella pasa rauda, olorosa a fresas que carga desde el supermercado,
como si estrujara un libro tembloroso con poemas.
Insisto, es la misma mujer.
Todos la deseamos y ella se da por enterada por las apetencias masculinas;
taconea, levanta hombros, desata calamares con las piernas,
deja rastro y pantera con rugido de muslos en las entrañas.
Insisto en la mujer misma. Supongo que ella adivina mi deseo, lo provoca con pavoroso escote,
henchido labio, pómulo de amanecer africano y estómago de abeja paralizada.
Pero el misterio de su belleza pocos lo disfrutan, cuando la electrizan con piropos obscenos,
y ella pasa rauda, olorosa a fresas que carga desde el supermercado,
como si estrujara un libro tembloroso con poemas.