Mujer con gato
Abrió las ventanas como si rompiera una torre y vislumbró tras la cortina al animal entre mis manos.
Yo conocí de sus delirios un día de gatos. Ella perseguía y poseyó al felino,
porque no controlaba su acechanza inamovible; porque se quedó viéndolo como invocándome en esos ojos,
en la fijeza apacible y fascinante, en el amuleto,
en el vidriado silencio ocular que juzga inexorable el desorden del corazón y las confesiones.
Meloso el animal arqueaba su espinazo, quemaba su piel con la uña de mi pata.
La invasión de la luz ardió en su pelambre, y el gato gruñía para seducir con los demonios.
Había secretos en la frente atormentada de la muchacha; el felino lo supo (y le condescendía);
pero no osó exponer su poder de mirarla a los ojos. Cada uno reinaba en lo suyo:
el amor, la sumisión, o sucumbían. Habían pactado la noche del aposento vacío cuando él alzó la cabeza
y sus colmillos hasta el vaso de agua donde bebieron del amanecer para conjurar la tiniebla.
El maleficio fue para que yo maullara cada vez que me arañara el recuerdo y, bajo la luna,
mirara nuestras dos pardas siluetas.
Abrió las ventanas como si rompiera una torre y vislumbró tras la cortina al animal entre mis manos.
Yo conocí de sus delirios un día de gatos. Ella perseguía y poseyó al felino,
porque no controlaba su acechanza inamovible; porque se quedó viéndolo como invocándome en esos ojos,
en la fijeza apacible y fascinante, en el amuleto,
en el vidriado silencio ocular que juzga inexorable el desorden del corazón y las confesiones.
Meloso el animal arqueaba su espinazo, quemaba su piel con la uña de mi pata.
La invasión de la luz ardió en su pelambre, y el gato gruñía para seducir con los demonios.
Había secretos en la frente atormentada de la muchacha; el felino lo supo (y le condescendía);
pero no osó exponer su poder de mirarla a los ojos. Cada uno reinaba en lo suyo:
el amor, la sumisión, o sucumbían. Habían pactado la noche del aposento vacío cuando él alzó la cabeza
y sus colmillos hasta el vaso de agua donde bebieron del amanecer para conjurar la tiniebla.
El maleficio fue para que yo maullara cada vez que me arañara el recuerdo y, bajo la luna,
mirara nuestras dos pardas siluetas.