Mientras el poeta rompe los ventanales de su lujuria
Mientras el poeta rompe los ventanales de su lujuria
¡Por Dios!, cuánto envidio al poeta Andrew Marvell
en su deseo irrefrenable sacado del pulso victorioso de la carne
para que la amada se entregue con los deseos forzados;
y vivo el placer que le dio camino a la sangre para tocarla
“a través de las férreas puertas de la vida”.
Y así que se quede mudo el oráculo del tedio bajo el sol que correrá raudamente sin aldabas de luz,
que el mundo destraba a sabiendas de que el “carro alado del tiempo” corre a su espalda.
Impávida es la belleza en su persistencia,
en la lozana eternidad de la entrega para que no haya tumba con la losa huesuda,
en esa quietud de mujer que tal vez no ame y tirará su virginidad a los gusanos
con honor de la tierra en el olvido,
mientras el poeta rompe los ventanales de su lujuria para verle los pechos rosados,
entrando al sepulcro, como dos demonios heridos por esa elegía inusitada que lo acompañará toda su vida.
Mientras el poeta rompe los ventanales de su lujuria
¡Por Dios!, cuánto envidio al poeta Andrew Marvell
en su deseo irrefrenable sacado del pulso victorioso de la carne
para que la amada se entregue con los deseos forzados;
y vivo el placer que le dio camino a la sangre para tocarla
“a través de las férreas puertas de la vida”.
Y así que se quede mudo el oráculo del tedio bajo el sol que correrá raudamente sin aldabas de luz,
que el mundo destraba a sabiendas de que el “carro alado del tiempo” corre a su espalda.
Impávida es la belleza en su persistencia,
en la lozana eternidad de la entrega para que no haya tumba con la losa huesuda,
en esa quietud de mujer que tal vez no ame y tirará su virginidad a los gusanos
con honor de la tierra en el olvido,
mientras el poeta rompe los ventanales de su lujuria para verle los pechos rosados,
entrando al sepulcro, como dos demonios heridos por esa elegía inusitada que lo acompañará toda su vida.