Hijo de la palabra
Mejía Sánchez miraba "un tigre" en los ojos,
y abrió zarpas para el amor al hundirlas contra su propia memoria.
Un animal de rarezas, acostumbrado a perseguir y ser perseguido
hasta donde se pierde la medida de nuestro miedo.
El descubrir nuestro felino es oficio para el ojo que enceguece la vida,
o se hiere con el tajo de las navajas, cuando nos vence la muerte sin acabar el poema.
Ojos para qué los quiero, digo: !Tigres!
Siempre espero la cacería y cazo siendo atrapado al dudar si la noche es el día
o lo que me permite hablar de zarpas en la vida.
El misterio y el alma, las rayas que nos evocan a los padres, digo:
hijos de la palabra salen palabra, hasta descubrir el abismo que nos intriga o ascienden como de la nada.
Aquí estamos, poeta Mejía Sánchez, reuniendo silencios y reagrupando, con la lengua que continúa,
el pedazo de nuestro caos.
Mejía Sánchez miraba "un tigre" en los ojos,
y abrió zarpas para el amor al hundirlas contra su propia memoria.
Un animal de rarezas, acostumbrado a perseguir y ser perseguido
hasta donde se pierde la medida de nuestro miedo.
El descubrir nuestro felino es oficio para el ojo que enceguece la vida,
o se hiere con el tajo de las navajas, cuando nos vence la muerte sin acabar el poema.
Ojos para qué los quiero, digo: !Tigres!
Siempre espero la cacería y cazo siendo atrapado al dudar si la noche es el día
o lo que me permite hablar de zarpas en la vida.
El misterio y el alma, las rayas que nos evocan a los padres, digo:
hijos de la palabra salen palabra, hasta descubrir el abismo que nos intriga o ascienden como de la nada.
Aquí estamos, poeta Mejía Sánchez, reuniendo silencios y reagrupando, con la lengua que continúa,
el pedazo de nuestro caos.