Pension arcadia
La muerte toca el timbre
y nadie le responde.
Adentro, un hombre contesta
una llamada equivocada.
Aquí vienen a morir algunos.
Sin nombre apenas, desligados
de familia, solitarios,
jugando al póker o a las damas.
La muerte se pasea con un leve roce de faldas sobre el piso.
Aquí no muere nadie.
Aquí Dios se desterró bajo el rostro
de un hombre joven o de aquel anciano
casi transparente. Una tos, un agudo
golpe de pecho, una ínfima gota de sangre
sobre el sucio pañuelo, indican
la hora señalada. Un anónimo pensionista
llama a cobrar a un número secreto.
Aquí no muere nadie. A cara o cruz se escoge
la salida. A golpe de sordina abren la puerta.
La muerte toca el timbre
y nadie le responde.
Adentro, un hombre contesta
una llamada equivocada.
Aquí vienen a morir algunos.
Sin nombre apenas, desligados
de familia, solitarios,
jugando al póker o a las damas.
La muerte se pasea con un leve roce de faldas sobre el piso.
Aquí no muere nadie.
Aquí Dios se desterró bajo el rostro
de un hombre joven o de aquel anciano
casi transparente. Una tos, un agudo
golpe de pecho, una ínfima gota de sangre
sobre el sucio pañuelo, indican
la hora señalada. Un anónimo pensionista
llama a cobrar a un número secreto.
Aquí no muere nadie. A cara o cruz se escoge
la salida. A golpe de sordina abren la puerta.