Una parvada de cuervos entra al castillo templario de ponferrada
Hierba crecida,
hierba ondeando
como un pendón hecho jirones
después de la batalla,
jacintos, veletas
y una mañana dura
como un puente de hierro
entre el alma y la verdad:
Entre amapolas escarnecidas
y violetas intactas,
entre las nubes de la angélica
y el sello de Salomón,
entre la ortiga blanca
y el aro manchado,
entre la maravilla del acebo
y el diente de león,
nace un silencio inviolado:
nace un azul delta sin salida.
Desde la altura nevada de las almenas
-mitad en pie orgullosas,
mitad sueño de piedras sin razón-
una parvada de cuervos tutelares
atestigua el milagro una vez más:
La danza del azor y la paloma.
Hierba crecida,
hierba ondeando
como un pendón hecho jirones
después de la batalla,
jacintos, veletas
y una mañana dura
como un puente de hierro
entre el alma y la verdad:
Entre amapolas escarnecidas
y violetas intactas,
entre las nubes de la angélica
y el sello de Salomón,
entre la ortiga blanca
y el aro manchado,
entre la maravilla del acebo
y el diente de león,
nace un silencio inviolado:
nace un azul delta sin salida.
Desde la altura nevada de las almenas
-mitad en pie orgullosas,
mitad sueño de piedras sin razón-
una parvada de cuervos tutelares
atestigua el milagro una vez más:
La danza del azor y la paloma.