Keriya
A Jacob van Ruysdael
Hay un vapor de luz entre las nubes oscuras
flotando bajo el sol de sombras del cementerio
que se extiende sin pausa de colina a colina
como un eco de música viva en otro puerto.
Hay un sosiego allí que se mece lentamente
en medio de las copas solemnes de los pinos
que -más humo que llamas y más llamas que luz-
parecen recordar al mar entre sus silencios.
Hay un rumor de voces y de velos que flotan
como barcazas a la deriva en plena noche
de un invierno creciente sin rastro de la nieve
que pisan los caballos en este mar de piedra.
Ni rebaño de cabras ni pimienta de reyes
-callados en sus tronos y vivos por la gracia
de un oleaje constante, de una época dormida,
de una tormenta clara sobre un trigal de hueso
Que asciende como un canto de duelo y alabanza,
como el humo que aspira a la nube del sello-
los nombres que han quedado grabados en la piedra
por invisible mano, con invisible afán.
Allí donde el ciprés bebe la luz de los cuerpos,
la luna estremecida que desde la raíz
se yergue como savia destilada en el limo
de la naturaleza presente en nuestros sueños…
Una luz que girando penetra hasta las ramas,
desemboca en las flores y espera que su fruto
madure en esta vida que no es más que otra vida
que se enciende en los bordes dorados de las hojas:
En las constelaciones nacidas en el acto
brillando como antaño la plata en su certeza,
en el mar espaciado entre almácigos y rosas
de una noche cerrada, unánime y sin fin
A Jacob van Ruysdael
Hay un vapor de luz entre las nubes oscuras
flotando bajo el sol de sombras del cementerio
que se extiende sin pausa de colina a colina
como un eco de música viva en otro puerto.
Hay un sosiego allí que se mece lentamente
en medio de las copas solemnes de los pinos
que -más humo que llamas y más llamas que luz-
parecen recordar al mar entre sus silencios.
Hay un rumor de voces y de velos que flotan
como barcazas a la deriva en plena noche
de un invierno creciente sin rastro de la nieve
que pisan los caballos en este mar de piedra.
Ni rebaño de cabras ni pimienta de reyes
-callados en sus tronos y vivos por la gracia
de un oleaje constante, de una época dormida,
de una tormenta clara sobre un trigal de hueso
Que asciende como un canto de duelo y alabanza,
como el humo que aspira a la nube del sello-
los nombres que han quedado grabados en la piedra
por invisible mano, con invisible afán.
Allí donde el ciprés bebe la luz de los cuerpos,
la luna estremecida que desde la raíz
se yergue como savia destilada en el limo
de la naturaleza presente en nuestros sueños…
Una luz que girando penetra hasta las ramas,
desemboca en las flores y espera que su fruto
madure en esta vida que no es más que otra vida
que se enciende en los bordes dorados de las hojas:
En las constelaciones nacidas en el acto
brillando como antaño la plata en su certeza,
en el mar espaciado entre almácigos y rosas
de una noche cerrada, unánime y sin fin