Versos de novela cortesana - Poemas de TIRSO DE MOLINA

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Versos de novela cortesana

Niega mil veces arreo
y ninguna digas sí,
que cual tú te ves me vi
y te verás cual me veo.

Si hermosuras superiores
no sólo causan deseos,
mas en ceguedad forzosa
disculpan atrevimientos,

yo que a tanto cielo aspiro,
Señora, animoso llego.
Mas qué mucho, si la patria
es de la piedad el cielo.

Cuando amor me da sus alas
seguro al aire me entrego,
puesto que de tus castigos
me libran mis rendimientos.

Los celestiales enojos
y las venganzas se hicieron
para enfrenar arrogantes
y para domar soberbios.

Mas yo que humilde tus rayos,
sol hermoso, reverencio,
alumbraránme sus luces
perdonándome su incendio.

Yo merecí de tus ojos
no sé qué indicio ni sueño,
que el sol miró a mi esperanza
de trino en su nacimiento.

Mas, con todo, temeroso
vivo, cuando considero
que tantas dichas no están
libres de un triste suceso.

Y hasta que en lícito lazo
goce la gloria que espero,
me sobresaltan temores
y me acobardan respetos.

¡Cuándo tendrán, dueño mío,
mis esperanzas efecto,
sin que alcance la fortuna
sobre mis dichas imperio!

La mayor seguridad
no se escapa de recelo,
que como es niño Amor
tiene poco sufrimiento.

Si piadosas las estrellas
favorecen mis intentos,
y el laurel desta victoria
ceñir glorioso merezco,

sobre mi fe, a tu hermosura
levantaré firme templo
y en tus aras arderán
por víctima mis afectos.

Vive en tanto, amada mía,
vive en tanto que yo muero,
que en tus rayos, como el fénix,
espero vivir de nuevo.

Ardo amando, y ocultar
tan crecido ardor no puedo,
cuando el respecto o el miedo
no se atreven a explicar.

En este turbado mar
no acierto cuál norte siga:
por una parte me obliga
a callar el temor feo,
por otra parte el deseo
me persuade a que lo diga.

Tal vez la vista consiento
a vuestras luces, sol mío.
Tal, un suspiro os envío
entre las alas del viento.

Mas deste mudo lamento,
que del alma embajador
va a aprobar vuestro rigor,
vista y suspiro atrevido
condeno, y arrepentido
enmudece y ciega amor.

Pero ya sin esperar
remedio, y aún sin vivir
mi muerte os quiero decir,
mi amor os quiero callar.

Y no os pretendo obligar,
que quien por veros murió
en la vida que perdió
halló su felicidad.
Y ansí, Señora, piedad
os pido, que premio no.

Que la sintáis sólo quiere
mi pena para su alivio,
que un sentimiento, aunque tibio,
se le debe a quien se muere.

Mas ni estas honras espere
mi muerte, que aunque miréis
la herida, no la creeréis,
porque dudáis, ¡oh rigor!,
los efectos del amor,
como no le conocéis.

De aquel joven generoso
cantar quiere mi Talía,
de aquél a quien con más miedo
que rayos Júpiter mira.

De aquél que en Córdoba el coso
rubricó de fiera tinta,
donde sepultó los fresnos,
donde arrojó la capilla.

De aquel Pedro, heroico hijo
de Castilla, a quien estima
tanto, que en señal de amor
de su nombre se apellida.

Entró gallardo en la plaza,
robusto Adonis que libra
el aliño del afecto
y el descuido de la risa.

Después que en rompidos fresnos
cubrió la arena de astillas
y graduó de destreza
tanta suerte repetida,

como undosa línea ardiente
que airado Júpiter vibra,
para experiencias del joven,
un toro la plaza pisa.

Sino fue, por deslucirle,
de la fortuna ojeriza,
contingencias de los astros
y de los hados envidias.

Siniestro acomete el bruto,
y lo que hicieran sus iras
en un risco en el caballo
obraron ejecutivas.

Cayó, aunque herido animoso,
y adherente a su rüína,
intrépido, aunque enojado,
siguió el jinete la silla.

A la violencia del riesgo,
previniendo esta desdicha,
la tumba se estremeció
de Valladolid la rica.

Prosigue el bruto el destrozo
y atropella cuanto mira
que te afecta, que aquí el golpe
giró en los demás la vista.

Hasta que, cobrado, el joven
dio a entender que la caída
para darle nuevos bríos
fue de la tierra caricia.

Tiñe en purpúreo veneno
la ardiente espada. Y la herida
de coral inunda el coso
que, pródiga, desperdicia.

A más aplauso la fiera
cayó que la que fue grima
de Calidonia y despojo
envidioso de la ninfa.

En los riesgos la virtud
más gloriosa se examina,
que la suerte y el valor
dos cosas son muy distintas.

La destreza y el denuedo
viven donde más peligran,
que poco medran los bríos
a la sombra de la dicha.

Ansí el héroe cuantas fieras
sellan la arena atrevidas
diestro asalta, fuerte hiere,
y poderoso castiga.

Pocas, que huyendo del rayo
de su diestra vengativa,
a otros aciertos largó
su desprecio o cortesía.

Vive, pues, Garzón heroico
y a estos ensayos se sigan
victorias de mayor Marte,
que tus ardores te inspiran:

tantas que a tu mano deba
España nuevas provincias
que a la más hermosa planta
que huella la tierra rindas.

De tus mudanzas aprende
de la fortuna la rueda,
ciego Amor, que en ser instable
solamente perseveras.

¡Quién no esperara, segura,
eterna correspondencia
de un amor que confirmó
el tiempo con tantas prendas!

La mudanza de los hombres
todo respecto atropella
y el nudo que ata las almas
al primer golpe le quiebra.

No es posible, que obligados
de Amor su inconstancia templan,
que ninguno quiere bien
cuando aborrecer desea.

Solícitas ocasiones
con fingidas apariencias
no es amor, sino pagar
contra su gusto una deuda.

¡Qué mal tus ingratitudes
disculpas con tu nobleza!
Que los nobles sólo en ser
agradecidos lo muestran.

De noble traje disfrazas
tu olvido y quieres que sean
en la muerte que me das
cómplices mis conveniencias.

Llamas lisonja al agravio
y sacrificio a la ofensa
y acaso nuevo deseo
te saca de mi carena.

Bien mereciste que yo
tus consejos obedezca,
si me quieres, por pagarte:
por vengarme, si me dejas.

Mas como sé que en amor
qualquier venganza es ofensa,
despido las ocasiones
en que pudiera tenerla.

En mis desdichas estimo
que tan poca razón tengas,
que opuesta a tu ingratitud
lucirán más mis finezas.

Y enseñará mi ofendido
amor, en cana experiencia,
que un hombre no lo parece
y hay mujer que no lo sea.

Con lágrimas y suspiros
mezcló Lisis estas quejas.
Y serenando sus ojos
pobló el aire desta letra:

Mi firmeza, ingrato, tu olvido afrenta
y tu olvido es el lauro de mi firmeza.

Si queréis vivir, pastores,
Dios os libre de Luzinda,
que es un sabroso veneno
que se bebe por la vista.

Nuevas muertes ha inventado,
pues no mata a quien la mira,
y quiere, por dar más pena,
que quien la mirare viva.

Es un acíbar dorado,
de suerte que con su risa
no tienen que ver los riesgos
de las más sangrientes iras.

Tanto se precia de ingrata,
tanto blasona de esquiva,
como si piedra naciera
de aquestos peñascos hija.

Ayer le dije mis ansias
junto a aquella fuente fría,
encendiendo sus cristales
y haciendo brasas sus guijas.

Respondióme que era fuerza
el no ser agradecida.
Cobarde fue el desengaño,
pues no me quitó la vida.

¿Quién vio tal rigor, zagales?
¿Quién padeció tal desdicha,
que siendo fuerza que muera,
la muerte no me permitan?

¡Como si en blando decoro
no tuviese amor caricias
que dejasen del honor
las sagradas aras limpias!

Ingrata ha de ser por fuerza
la que por fuerza me obliga
a que a su yugo soberbio
mi cerviz humilde rinda.

Aquí yacen los deseos,
aquí murió la porfía,
con estos hielos perecen
mis esperanzas marchitas.

¡Ay, qué dolor, pastores, ay que muero
cuando es airado el Sol e ingrato el cielo!

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