Oda para una madre...
Este día renazco y como siempre
hacia mi van tus ojos como si fuese el pan,
a la esperanza o a tus manos de azucena golpeada.
Soy amigo de tu alma y de tu vigilancia
porque tú me has guardado
como si hubiese sido el niño de un cordero
o el último minuto de la vida,
porque tú me has negado la penumbra,
me has dado el sol, la tierra, la frescura del ángelus.
Y algo más es tu aporte de tu sangre a mi sangre:
tu gran dedicación a la ternura,
tu obstinada tutela,
tu sigilosa marcha a despertarme,
tu levantarte con los pájaros y el alba.
Sólo con eso quedas para mi pensamiento
y porclamos tu estatua de mujer apacible igual a otros rostros
porque si amaneces como el feraz farol ante la niebla
algo eres, más que madre personal,
máas que árbol mío para mis guaridas e intemperies.
Has sido patria del racimo
ojo de agua del aire y de la plaza.
Si voy a tu tristeza es como viajara por la tierra.
Y si comprendieras todo mi amor al hombre.
¡Cómo engrandecerías!...Cómo la espuma de los árboles.
Amo al simple, al bueno, al trabajador
que construye barrios y geranios los Domingos cojos,
al que ve pasar el día como un galope seco,
al que le roban los pulmones,
A los que fueron un día yacimientos de la vida.
No és porque seas mi sangre universal,
mi hierba extrañamente florecida
que en tí veo las fechas y cifras de milenios
como si fueses un río de siglos y de peces.
Te veo porque fuiste madre abrigadora
de las pasadas formas indefensas, la luminosa
voz que marcha a ver el mar por vez primera,
te veo libertada y pastora de mis sueños,
cabiendo en todas partes,
hasta en los má pequeños agujeros del alma.
Junto a la media voz con que me hablas
eres la luz renacientes de las sombras.
¡Tú que no conocías más allá de mi sol y la mirada!
Por eso cuando te sientes sola. ¡ay mi pobre indefensa!
llego a tu camino azúl y te nombro heroína, libertadora
del mundo cuando mueres en otras agonías, cuando te sacrificas
en otras latitudes porque me has señalado
el sitio en que las rutas convergen a la vida.
Este día renazco y como siempre
hacia mi van tus ojos como si fuese el pan,
a la esperanza o a tus manos de azucena golpeada.
Soy amigo de tu alma y de tu vigilancia
porque tú me has guardado
como si hubiese sido el niño de un cordero
o el último minuto de la vida,
porque tú me has negado la penumbra,
me has dado el sol, la tierra, la frescura del ángelus.
Y algo más es tu aporte de tu sangre a mi sangre:
tu gran dedicación a la ternura,
tu obstinada tutela,
tu sigilosa marcha a despertarme,
tu levantarte con los pájaros y el alba.
Sólo con eso quedas para mi pensamiento
y porclamos tu estatua de mujer apacible igual a otros rostros
porque si amaneces como el feraz farol ante la niebla
algo eres, más que madre personal,
máas que árbol mío para mis guaridas e intemperies.
Has sido patria del racimo
ojo de agua del aire y de la plaza.
Si voy a tu tristeza es como viajara por la tierra.
Y si comprendieras todo mi amor al hombre.
¡Cómo engrandecerías!...Cómo la espuma de los árboles.
Amo al simple, al bueno, al trabajador
que construye barrios y geranios los Domingos cojos,
al que ve pasar el día como un galope seco,
al que le roban los pulmones,
A los que fueron un día yacimientos de la vida.
No és porque seas mi sangre universal,
mi hierba extrañamente florecida
que en tí veo las fechas y cifras de milenios
como si fueses un río de siglos y de peces.
Te veo porque fuiste madre abrigadora
de las pasadas formas indefensas, la luminosa
voz que marcha a ver el mar por vez primera,
te veo libertada y pastora de mis sueños,
cabiendo en todas partes,
hasta en los má pequeños agujeros del alma.
Junto a la media voz con que me hablas
eres la luz renacientes de las sombras.
¡Tú que no conocías más allá de mi sol y la mirada!
Por eso cuando te sientes sola. ¡ay mi pobre indefensa!
llego a tu camino azúl y te nombro heroína, libertadora
del mundo cuando mueres en otras agonías, cuando te sacrificas
en otras latitudes porque me has señalado
el sitio en que las rutas convergen a la vida.