Rapsoda
La seguían los mastines cuando rosas del alba
sobre páginas blancas se volvían palabras.
Aleteadoras tardes llenas de sol y agua
describían paisajes donde moría su patria.
En las horas del grito, para caer en gracia,
por veredas nocturnas iba al monte del aria.
Dijo “¡Adiós!” al profeta que por las tardes canta
cuando los magnos fresnos lloraban en la plaza.
Se permitió el recuerdo tremolante del arpa
cuando al ángel enfermo le anocheció en su casa.
A ríos subterráneos del ensueño bajaba
y renacía el embrujo del ave antigua y blanca.
Una vez el sabor de verso en la garganta,
le cautivó la voz... y voló tras la garza.
La seguían los mastines cuando rosas del alba
sobre páginas blancas se volvían palabras.
Aleteadoras tardes llenas de sol y agua
describían paisajes donde moría su patria.
En las horas del grito, para caer en gracia,
por veredas nocturnas iba al monte del aria.
Dijo “¡Adiós!” al profeta que por las tardes canta
cuando los magnos fresnos lloraban en la plaza.
Se permitió el recuerdo tremolante del arpa
cuando al ángel enfermo le anocheció en su casa.
A ríos subterráneos del ensueño bajaba
y renacía el embrujo del ave antigua y blanca.
Una vez el sabor de verso en la garganta,
le cautivó la voz... y voló tras la garza.