Poemas de CÉSAR DÁVILA ANDRADE

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CÉSAR DÁVILA ANDRADE
César Dávila Andrade (1919-1967). Nacido en Cuenca, Ecuador.

César Dávila Andrade es considerado el poeta más destacado de las últimas generaciones ecuatorianas. También autor de relatos y ensayos, publicó parte de su producción en Venezuela, donde vivió 16 años —desde 1951 hasta su muerte—.

Su obra es expresión de equilibrio entre densidad conceptual y atmósfera lírica. El poeta quiere desentrañar un universo que concibe como juego estructurado, regido por un orden inasible, de allí su pasión por “los latidos más profundos de la relojería de los astros”. Y esa concepción críptica se revela en reiterada alusión a diversas formas del cosmos: Fuego, Tierra, Éter,, Astro, Desierto, signos de una obsesión por aprehenderlo o, mejor, intuirlo, pues apenas es posible atisbarlo por instantes. Esto subyace en la conciencia del creador que juega con la materia: “yo no soy poeta sino albañil”. Variantes del mismo universo —Arquitecto, Alfarero, Constructor—, revelan el profundo tejido de esta poesía, construida por breves fragmentos en verso libre, al estilo de un diálogo abierto.

En la obra de Dávila Andrade se advierte también un tono místico impregnado de trazos apocalípticos. “Esta es la alegría que se dirige a Dios sin buscarlo, y al pasar le da muerte en una continua ruptura de visiones y vasos de greda”. En ella se siente la añoranza del pasado indígena y esas raíces convergen en el afán por lograr la comprensión del Universo. El indio no es un elemento idealizado, sino presencia viva que se rebela por obtener justicia a través de sobria palabra, alejada de discursos superficiales y panfletarios. En esta visión poética convergen también la afición y la alquimia, la magia, el rosacrucismo y otras formas de hermetismo; lugar especial tienen las doctrinas orientalistas, como el Yoga Zen, que el poeta convirtió en práctica para buscar el autoconocimiento y que lo llevó a la lectura de Krishnamurti, Jung y Fromm. Quienes lo conocieron ven en estas manifestaciones una conciencia de ser desterrado que adoptaba un estado de no-estar-consciente. Y en todo esto se incluye la naturaleza, especie de gran adoratorio que contrasta con el hombre, ser desgarrado, materia fragmentaria. Se establece una relación de constante pesadilla, en contraste con la búsqueda de orden armónico que caracteriza esta poesía. Estos contrastes, advierte el crítico Juan Liscano, se emparientan con un hilo vital: “este hombre que escribe con horarios fijos, sistemáticamente, también se sumía en el más profundo desorden, proveniente de su interior”. Y esto parece corresponderse con una imagen del cuerpo, siempre sometido a la destrucción o, cuando menos, a una especie de soterrada violencia física que signa al hombre, aun antes de nacer. Fue la vía elegida por el poeta para romper con la vida. Una percepción desintegradora del hombre, acentuada por el tiempo, es en esta poesía fija visión de muerte trágica, fiel a una concepción de estructura fragmentaria de la creación: en esencia “poesía de amor y materia”.

canción a la bella distante
No era mi poesía. Mis poemas no eran. Eras tú solamente, perfecta como un surco abierto por palomas.... [leer completo]
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