Vi
Te esperaré
con los cinco sentidos
abiertos; amapolas
dispuestas a quemarse
tan lentamente como sea preciso
para gozar cada minuto denso
de la hermosa agonía...
Los ojos, adentrándose en los ojos
por escrutar el ansia que a ellos brota
desde la fuente oculta del deseo.
La piel, hipersensible al tacto atento
que busca los resortes
que nos lleven al trémolo.
Los labios y la lengua, desatados
en apurar humores insondables
nacidos del misterio.
Abiertas y crispadas las aletas nasales
por no perder un átomo del aire,
que mutuamente exhalan nuestro pechos;
por olernos.
Y el oído, acerado,
hasta captar el leve ultrasonido
del gemido gestante
o el placentero llanto aun no nacido....
Así, despacio, muy despacio, iremos
apurando las mil fases del juego,
hasta que al fin, la sangre,
en encarnado fuego convertida,
nos pueda, nos domine, nos arrastre
el uno contra el otro, enajenados,
para al final, rompernos.
como las olas rompen bajo el acantilado.
Te esperaré
con los cinco sentidos
abiertos; amapolas
dispuestas a quemarse
tan lentamente como sea preciso
para gozar cada minuto denso
de la hermosa agonía...
Los ojos, adentrándose en los ojos
por escrutar el ansia que a ellos brota
desde la fuente oculta del deseo.
La piel, hipersensible al tacto atento
que busca los resortes
que nos lleven al trémolo.
Los labios y la lengua, desatados
en apurar humores insondables
nacidos del misterio.
Abiertas y crispadas las aletas nasales
por no perder un átomo del aire,
que mutuamente exhalan nuestro pechos;
por olernos.
Y el oído, acerado,
hasta captar el leve ultrasonido
del gemido gestante
o el placentero llanto aun no nacido....
Así, despacio, muy despacio, iremos
apurando las mil fases del juego,
hasta que al fin, la sangre,
en encarnado fuego convertida,
nos pueda, nos domine, nos arrastre
el uno contra el otro, enajenados,
para al final, rompernos.
como las olas rompen bajo el acantilado.