Ix
Sobre un mar encalmado, sin ribera
ni velas a lo lejos, floto ausente.
A veces, aun me llega, recurrente,
desde el abismo azul de la quimera,
la luz de una perdida primavera
que ilumina mis ojos y en mi frente
nos dibuja abrazados nuevamente
como lenguas de fuego de una hoguera.
Pero es solo un instante. Luego, el cielo
se hace otra vez mortaja. La deriva
marca al albur mi rumbo y adivino
que, como un pez trabado en el anzuelo
de un hermoso espejismo, mientras viva,
será el dolor el pan de mi camino.
Sobre un mar encalmado, sin ribera
ni velas a lo lejos, floto ausente.
A veces, aun me llega, recurrente,
desde el abismo azul de la quimera,
la luz de una perdida primavera
que ilumina mis ojos y en mi frente
nos dibuja abrazados nuevamente
como lenguas de fuego de una hoguera.
Pero es solo un instante. Luego, el cielo
se hace otra vez mortaja. La deriva
marca al albur mi rumbo y adivino
que, como un pez trabado en el anzuelo
de un hermoso espejismo, mientras viva,
será el dolor el pan de mi camino.