Ii
Anodinos, redondos, como cantos rodados
sobre el cauce de un río, resbalan por mi tiempo
las horas y los días. Y tan en vano giran
- perdida la esperanza de ser una paloma
bajo el disfraz de barro que cubre los sentidos –
que al asomarme, a veces, al dintel de mis ojos,
me asalta su negrura de cántaro vacío
y el eco del silencio que mató sus entrañas.
Me instalé entre los muertos. Esos muertos ruidosos
que comen y se ríen y gritan y fornican,
sin mirarse al espejo, por mantenerse en vuelo.
Y al negar la evidencia de mi paso en la huella
del polvo del camino, me transformo en vilano,
detenido, imposible, sobre un bucle de viento.
Anodinos, redondos, como cantos rodados
sobre el cauce de un río, resbalan por mi tiempo
las horas y los días. Y tan en vano giran
- perdida la esperanza de ser una paloma
bajo el disfraz de barro que cubre los sentidos –
que al asomarme, a veces, al dintel de mis ojos,
me asalta su negrura de cántaro vacío
y el eco del silencio que mató sus entrañas.
Me instalé entre los muertos. Esos muertos ruidosos
que comen y se ríen y gritan y fornican,
sin mirarse al espejo, por mantenerse en vuelo.
Y al negar la evidencia de mi paso en la huella
del polvo del camino, me transformo en vilano,
detenido, imposible, sobre un bucle de viento.