Oda novena
La estación del amor
inaugura las dichas abiertas
como la cola inmensa de un pavorreal
que de pronto posara
en el tiempo terrestre
su fiesta celestial,
y la vía-láctea del suspiro
en la carne sagrada de los amantes
estrena felices sorpresas,
-el olvido recuerda un mensaje raro,-
y las fieras unidas
por el misterio cósmico del abrazo,
reciben el agudo barullo
que interrumpe la caricia del universo,
y a la rosa, -que confía al aire sus espumas,
que expande sin miedo
a su próxima muerte la delicia
de un aterciopelado calor blanco,-
una mano la oculta
bajo ásperas piedras,
y hunde con sus guantes
en el hondo pantano,
al loto abierto sobre el río
entre verdes espadas
que custodian los ángeles fieles.
La estación del amor
inaugura las dichas abiertas
como la cola inmensa de un pavorreal
que de pronto posara
en el tiempo terrestre
su fiesta celestial,
y la vía-láctea del suspiro
en la carne sagrada de los amantes
estrena felices sorpresas,
-el olvido recuerda un mensaje raro,-
y las fieras unidas
por el misterio cósmico del abrazo,
reciben el agudo barullo
que interrumpe la caricia del universo,
y a la rosa, -que confía al aire sus espumas,
que expande sin miedo
a su próxima muerte la delicia
de un aterciopelado calor blanco,-
una mano la oculta
bajo ásperas piedras,
y hunde con sus guantes
en el hondo pantano,
al loto abierto sobre el río
entre verdes espadas
que custodian los ángeles fieles.