Quince incas: doce estrofas de comentario a la inexistencia, a partir del kamel-trot inkaico (circa 1930) - Poemas de MIRKO LAUER

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Quince incas: doce estrofas de comentario a la inexistencia, a partir del kamel-trot inkaico (circa 1930)
               

Quince incas frappé bailan en puntas sobre una loza de
          bakelita: 1929-1989;
giran a velocidad de mapamundi,
glissando sobre irregulares trombosis y aneurismas.
Sus hidráulicos párpados de violonceleta
envuelven chulpas rodantes sacrificadas a la diosa
          Germania,
como collas con frankensteines en los talles y ese torpe
          kikirikí de las valkirias.

Camafeos brillantes soles en un bosque hiperbóreo,
románticos cripto-alemanes,
padres míos enterrados en el país de la imaginación,
bajo un monte de tibias derruidas
con los dedos artríticos entre anillos de coloratura,
que avanzan hacia el abismo eviscerando grandes
          maletines.

Al centro de cada frente una piedra pulida por la
          benedicencia,
quince incas de cuarzo bajo marcas de trineos en la nieve,
arropados con la doblada bandera de lo inexistente,
famélicos o hartos, según la inclinación del miocardio,
tensos de siglo en siglo como un cable helicoidal
a través de abismos góticos que estrangulan la luz del
          Apurimac.

Sobre ese vacío a cuatro colores quince incas un romance
          con la soledad,
la ópera que fue escrita sin libretto,
para que todos cantemos a capella,
socios en el secreto perturbable de la marginación: sueño en
                    una noche,
en medio del verano. Hombres y mujeres lampiños con
                    deslumbrantes brazaletes
corren del norte al sur como gacelas.

Quince incas han extraviado el anillo de plomo de los
                    nibelungos, digamos.
Las raíces de mi perplejidad flotan allí: sueño que sueño
en una noche en medio del verano, que me columpio en un
                    verdor sobresaltado,
burro cansado de la espera que es la experiencia,
con las ideas filosóficas que mi corazón todavía no contiene
pero elabora ya entre las afiladas plumas de rojos edredones.

Así comprendo el peso del desempleo en sus coturnos, sus
          collares de vándalos
son relámpagos líricos en un slalom de seda, construidos
                    como padres
desde lo que ignoramos acerca de ellos, en el baile
                    enmascarado
                    de la historia
sobre la pradera de agua donde cada 24 horas en un
vómito
                    de oro
el sol y la luna son canjeados bajo su río de leche,
aumentan cada minuto el peso de los Keros sobre la
                    galaxia.
Incas imperdonados que bajan en trineo a la tristeza de las
          lejanas pascuas,
de pieles suaves por la grasa de ganso,
o por la voz de un italiano opalescente, como un viento
                    temblolero,
mágico y ambiguo como la medianoche,
rodeado de gnomas chinescas de pies aletargados,
y de un burro que rumia entre las estrellas, cargado de
alfalfa
                    para centauros.

A través de las estepas que angostan sus pesas y medidas
o de todo aquello contra lo que se rebela el forro tejido
                    de mi corazón,
pasan patinando retazos de ñusta sanguinolenta, altas
astas
                    de pathos rilkeano,
como el insólito Inca prefiriendo morir
al grito de "Ho jo to ho, heiaha heiaha"; inexistencia y
                    experiencia
hacen brotar de la huaca una pasta rosa, como espuma del
Índico en la madrugada.
Rodean sus corazones sondas y venas que nadie puede
                    diferenciar,
racimos de pedrones exactos como caballos blancos de
Viena,
confundidos con la turba de revoluciones cada vez más
                    alejadas:
Incas derribados por el verano perpendicular al trópico
sobre los sofás de mi cansancio eslavo soberano
en la mañana llena de nombres griegos que rematan en
                    poulos.
De todos me interesan los Incas que no fueron,
rascan mi palma con mensajes confusos que no dejan
                    duda,
y  colocan frutadas mitades ante los espejos,
mientras la rueda de fuego que ilumina la kermesse del
futuro
los acerca y los aleja de la noche cuyo río de tinta
colma las tazas iridiscentes de la media mañana
.

Veo a quince incas trans-celosías. La paraca
no logra limpiar de sus ceños una sequedad de trueno
                    molido.
En el equivalente mental de una ilusión óptica en la redondez
                    del tiempo,
supongo que me protegen de serpientes y estallidos.
Tallo morosos cristalinos que me asombran. A través del
                    vidrio pongo la mano al fuego,
y sufro por ellos las torturas laicas de un pensador pagano:
                    los comprendo.
Y ahora el fin de la canción. Natural:
shimmi shimmi sacha sacha shimmi shimmi sacha sacha.
                    Artificial:
shimi sacha sacha shimmi sacha shimmi sacha sacha sacha
                    shimmi.
Natural: sacha sacha shimmi shimmi sacha sacha.
Artificial:
sacha, shimi
sacha.




Selección: Eduardo Milán y Ernesto Lumbreras

       

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