Yo
YO sé bien que mi país no:
Pesa su mapa en la pared del alma
y está allí como un pájaro, en su jaula de números,
la tierra que no es tierra, con sus ríos de sangre,
sus líneas de la mano.
Allí donde unos labios besan,
donde la luz no acaba,
y aun en cualquier tiniebla ya entendida
la patria resucita.
Se oye cantar. la voz levanta muros
tras de los cuales vuelve a su hogar el hombre que no vemos.
Se siente la eternidad afinando el minuto
pero no el sueño que deforma los ojos
para no ver el tiempo mientras pasa.
Es la razón del círculo, es una patria
instantánea en la raíz
que más cuesta enfriar durante el crudísimo otoño
que apaga nuestros pasos desazonados
por la presencia del espíritu
(como la bestia desventurada a quien se acerca
todo el terror nocturno de las selvas).
Es un país que nadie sabe. Se diría
que acontece en la forma de su esfuerzo,
tembloroso y caliente como un ave
que anudó en sus miserias radicales
el poder de sus alas.
Sólo el azar y el tiempo,
sin destrucción, pero sin alegría
se posan en su cuenco y lo fecundan.
(Soledad es distinto. Ya sabéis:
cada cual como un árbol, y el vivir un recuerdo
del alma en cuyos muros
la patria sigue en pie velando el sueño
y el sueño es como un muerto sin familia.)
Es en aquella plácida creencia
de mi país, cantado y nunca visto,
donde esta larga víspera en que agonizo
se hace caudal, y me descifra
como un agua de oráculo lo que ocultó el amor
y no podrá llegar a ser recuerdo.
(Ser extraño es distinto: Los granos en el puño
sin tierra de labor ni edén estelar
y esos ojos de muerto pegados a la suela del zapato,
que hay que seguir pisando hasta lograr
el vino ácido de los exilios.)
Un árbol solo, ardiendo
para secar el llanto por los hijos,
un tiempo que no espera, queriendo atravesar
más mundo del que queda...
Oscura patria de los huérfanos,
del hermano perdido, del camarada muerto,
de la mujer marchita,
estuario residual donde el grano se pudre
y se apaga la estrella.
Poner los ojos como aves hembras
cluecas sobre la realidad.
No necesito verla. Ya está hecha
una vez más, una vez más.
Es así que mi patria se amontona en mis párpados
como un nuevo sentido de la luz.
Allí el hombre que fui cuando era niño
conserva el dios que nadie ha recogido
después de la batalla,
como el perro que espera, la presa entre los dientes
la debida caricia del cazador
y siente como un beso el calor de la víctima.
(El dios aquel que nadie ha recogido
y abúlico, proyecta sobre el mapa
el cielo que merezco después de tanta tierra.)
YO sé bien que mi país no:
Pesa su mapa en la pared del alma
y está allí como un pájaro, en su jaula de números,
la tierra que no es tierra, con sus ríos de sangre,
sus líneas de la mano.
Allí donde unos labios besan,
donde la luz no acaba,
y aun en cualquier tiniebla ya entendida
la patria resucita.
Se oye cantar. la voz levanta muros
tras de los cuales vuelve a su hogar el hombre que no vemos.
Se siente la eternidad afinando el minuto
pero no el sueño que deforma los ojos
para no ver el tiempo mientras pasa.
Es la razón del círculo, es una patria
instantánea en la raíz
que más cuesta enfriar durante el crudísimo otoño
que apaga nuestros pasos desazonados
por la presencia del espíritu
(como la bestia desventurada a quien se acerca
todo el terror nocturno de las selvas).
Es un país que nadie sabe. Se diría
que acontece en la forma de su esfuerzo,
tembloroso y caliente como un ave
que anudó en sus miserias radicales
el poder de sus alas.
Sólo el azar y el tiempo,
sin destrucción, pero sin alegría
se posan en su cuenco y lo fecundan.
(Soledad es distinto. Ya sabéis:
cada cual como un árbol, y el vivir un recuerdo
del alma en cuyos muros
la patria sigue en pie velando el sueño
y el sueño es como un muerto sin familia.)
Es en aquella plácida creencia
de mi país, cantado y nunca visto,
donde esta larga víspera en que agonizo
se hace caudal, y me descifra
como un agua de oráculo lo que ocultó el amor
y no podrá llegar a ser recuerdo.
(Ser extraño es distinto: Los granos en el puño
sin tierra de labor ni edén estelar
y esos ojos de muerto pegados a la suela del zapato,
que hay que seguir pisando hasta lograr
el vino ácido de los exilios.)
Un árbol solo, ardiendo
para secar el llanto por los hijos,
un tiempo que no espera, queriendo atravesar
más mundo del que queda...
Oscura patria de los huérfanos,
del hermano perdido, del camarada muerto,
de la mujer marchita,
estuario residual donde el grano se pudre
y se apaga la estrella.
Poner los ojos como aves hembras
cluecas sobre la realidad.
No necesito verla. Ya está hecha
una vez más, una vez más.
Es así que mi patria se amontona en mis párpados
como un nuevo sentido de la luz.
Allí el hombre que fui cuando era niño
conserva el dios que nadie ha recogido
después de la batalla,
como el perro que espera, la presa entre los dientes
la debida caricia del cazador
y siente como un beso el calor de la víctima.
(El dios aquel que nadie ha recogido
y abúlico, proyecta sobre el mapa
el cielo que merezco después de tanta tierra.)