A geroncio - Poemas de LEANDRO FERNÁNDEZ DE MORATÍN

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A geroncio

Cosas pretenden de mí,
bien opuestas en verdad,
mi médico, mis amigos,
y los que me quieren mal.
Dice el doctor: señor mío,
si usted ha de pelechar,
conviene mudar de vida;
que la que lleva es fatal.
Débiles los nervios, débil
estómago y vientre está:
¿Pues qué piensa que resulte
de tanta debilidad?
Si come no hay digestión,
si ayuna crece su mal,
a la obstrucción sigue el flato,
y al tiritón el sudar
vida nueva, que si en esta
dura dos meses no más,
las seis facultades juntas
no le han de saber curar.
No traduzca, no intérprete,
no escriba versos jamás;
frailes y musas le tienen
hecho un trasgo de hospital:
y esos papeles y libros,
que tan mal humor le dan,
tírelos al pozo, y vayan
Plauto y Moreto detrás.
Salga de Madrid, no esté
metido en su mechinal,
ni espere a que le derrita
el ardor canicular:
la distracción, la alegría
rústica le curarán;
mucho burro, muchos baños,
y mucho no trabajar.
En tanto que esta sentencia
fulmina la facultad,
mis amigos me las mullen
en junta particular.
Dicen: ¡Oh, si Moratín
no fuese tan haragán,
si de su modorra eterna
quisiera resucitar!
Él ha sabido adquirir
la estimación general,
aplauso y envidia excita
cuanto llega a publicar.
Le murmuran; pero nadie
camina por donde él va:
nadie acierta con aquella
difícil facilidad;
y si él quisiera escribir
tres cuadernillos no más,
¿La caterva de pedantes
adonde fuera a parar?
¿Que se hiciera tanto insulso
compilador ganapán,
que de francés en gabacho
traducen el pliego a real?
Tanto hablador, que a su arbitrio
méritos rebaja y da,
tiranizando las tiendas
de Pérez y Mayoral?
No señor, quien ha tenido
la culpa de este desmán,
si escuchara un buen consejo,
lo pudiera remediar.
Tomasen la providencia
de meterle en un zaguán,
con su candil, su tintero,
pluma, y papel, y cerrar:
allí, con ración escasa
de queso, agua fresca y pan,
escribiese cada día
lo que fuera regular.
¿Emporcaste un pliego? Lindo:
almuerza y vuelve al telar:
come, si llenaste cuatro,
cena, si acabase ya.
¿Quieres tocino? Veamos
si está corregido el plan.
¿Quieres pesetas?, pues daca
El Drama sentimental.
Por cada escena, dos duros
y un panecillo te dan,
Por cada Pequeña pieza
un Vale dinero, y más.
Y de este modo, en un año,
pudiéramos aumentar,
de los cómicos hambrientos
el exprimido caudal.
Esto dicen mis amigos,
(Reniego de su amistad)
mi suegro, si le tuviera,
no dijera cosa igual.
Esto dicen, y en un corro
siete varas m as allá,
Don Mauricio, Don Senén,
Don Cristóbal, Don Beltrán,
y otros quince literatos
que infestan la capital;
presumidos, ya se entiende,
doctos, a no poder más:
dicen, Moratín cayó,
bien le pueden olear,
no chista ni se rebulle,
ya nos ha dejado en paz.
Su Baron no vale nada
no hay enredo allí, ni sal,
ni caracteres, ni versos,
ni lenguaje, ni... Es verdad:
dice Don Tiburcio: ayer
me aseguró Don Cleofás,
en casa de la condesa
viuda de Madagascar,
que es traducción muy mal hecha
de un drama antiguo alemán...
-Sí, traducción, traducción,
chillan todos a la par,
traducción... ¿Pues él por donde
ha de saber inventar?
No señor, es traducción.
Si él no tiene habilidad,
si él no sabe, si él no ha sido
de nuestro corro jamás,
si nunca nos ha traído
sus piezas a examinar;
¿Qué ha de saber? -¡Pobre diablo!
Exclama Don Bonifaz:
si yo quisiera decir
lo que... pero bueno está.
-¡Oiga!, ¿pues qué ha sido? Vaya,
díganos usted. -No tal,
No. Yo le estimo, y no quiero
que por mí le falte el pan.
Yo soy muy sensible: soy
filósofo, y tengo ya
escritos catorce tomos
que tratan de humanidad,
beneficencia, suaves
vínculos de afecto y paz;
todo almíbares, y todo
deliquios de amor social;
pero es cierto que... Si ustedes
me prometieran callar,
yo les contara. -Sí, diga
usted, nadie lo sabrá:
Diga usted. -Pues bien: el caso
es que ese cisne inmortal,
ese dramático insigne,
ni es autor, ni lo será,
no sabe escribir, no sabe
siquiera deletrear:
imprime lo que no es suyo,
todo es hurtado, y... ¿Qué más
sus comedias celebradas,
que tanta guerra nos dan,
son obra de un religioso
de aquí de la Soledad.
Dióselas para leerlas,
(nunca el fraile hiciera tal)
no se las quiso volver,
muriose el fraile, y andar...
Digo, ¿me explico? -En efecto,
grita la turba mordaz,
son del fraile. Ratería,
hurto, robo, claro está.
Geroncio, mira si puede
haber confusión igual:
ni sé qué hacer, ni confío
en lo que hiciere acertar.
Si he de seguir los consejos
que mi curador me da,
si he de vivir, no conviene
que pida a mis nervios más.
Confundir a tanto necio
vocinglero pertinaz,
que en la cartilla del gusto
no pasó del cristus, a:
componer obras, que piden
estudio, tranquilidad,
robustez, y el corazón
libre de todo pesar;
no es empresa para mí.
Tú, Geroncio, tú me das
consejo. ¿Cómo supiste
imponer, aturrullar,
y adquirir fama de docto,
sin hacer nada jamás?
Tú, maldito de las Musas,
que lleno de gravedad,
de todo lo que no entiendes
te pones a disertar
¿Cómo sin abrir un libro,
por esas calles te vas,
haciéndote el corifeo
de los grajos del lugar?
Y con ellos tragas, brindas
y engordas como un bajá
y duermes tranquilo, y nadie
sospecha tu necedad.
Dime si podré adquirir
ese don particular,
dame una lección si quiera
de impostor y charlatán,
y verás cómo al instante
hago con todos la paz,
y olvido lo que aprendí,
para lucir y medrar.

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