Identidad
Por una estrecha calle
de balcones moteados con cientos de geranios
se escuchan unos pasos cuando muere la tarde
que van hacia la orilla de un muelle solitario.
Y allí, bajo la nube de gaviotas del norte,
junto al casco de un barco que arrinconó el olvido,
una mujer recuerda, mirando al horizonte,
a un amor que no ha vuelto. Y sé que siente frío.
Es tibia la mañana. Aquí siempre es verano.
Sentado en una playa –espuma, luz, silencio–
un hombre muy cansado de sentirse lejano
se angustia en su presidio de arenas y de vientos.
Mira al mar como en busca de un secreto milagro
que a través de las olas lo traslade a otra parte
y cada día acaba con los brazos cansados
como si con sus brazos sostuviera la tarde.
A diario sucede. En un muelle vacío
y en una playa sola –mar, distancia y recuerdos–
se encuentran dos dolores idénticos: el mío
y el de la mujer triste que allá en un puerto frío
me dijo: “Aquí te espero”.
Por una estrecha calle
de balcones moteados con cientos de geranios
se escuchan unos pasos cuando muere la tarde
que van hacia la orilla de un muelle solitario.
Y allí, bajo la nube de gaviotas del norte,
junto al casco de un barco que arrinconó el olvido,
una mujer recuerda, mirando al horizonte,
a un amor que no ha vuelto. Y sé que siente frío.
Es tibia la mañana. Aquí siempre es verano.
Sentado en una playa –espuma, luz, silencio–
un hombre muy cansado de sentirse lejano
se angustia en su presidio de arenas y de vientos.
Mira al mar como en busca de un secreto milagro
que a través de las olas lo traslade a otra parte
y cada día acaba con los brazos cansados
como si con sus brazos sostuviera la tarde.
A diario sucede. En un muelle vacío
y en una playa sola –mar, distancia y recuerdos–
se encuentran dos dolores idénticos: el mío
y el de la mujer triste que allá en un puerto frío
me dijo: “Aquí te espero”.