Apocalipsis
Un día desperté con el silencio
prendido a la raíz de mi garganta,
desempolvé el espejo de mi encuentro
y me observé metido en una jaula.
De pronto, percibí detrás del sueño
y contemplé la vida que pasaba
con la sabiduría del regreso,
como si hubiese vuelto del mañana.
Entonces lo vi todo absurdo y hueco
y vano y vanidoso; una gran masa
de hombres enclaustrados en sus cuerpos,
de locos y de ciegos con mirada.
Vi llagas para todos los remedios
y miles de millones de palabras
y máquinas pensantes como sesos
y sesos ordenados como cajas.
Y me dispuse a hablar: brotó mi aliento
cortante como el filo de una daga.
Me acusaron de inútil y de enfermo,
de rebelde, de pieza inadaptada.
Después, pidieron ver todos mis sueños
y los catalogaron; con escuadras
midieron su tamaño en pies y en metros,
los juntaron en fardos y en manadas
y llegaron filósofos y expertos
repletos de carcoma en la palabra
para clavar mi paz en un madero,
para escupir sus miedos en mi cara.
Y entonces me alejé con el silencio
llevándome el secreto del mañana:
¿La hora? Apocalipsis menos cinco.
Quedan cinco minutos... ¡para nada!
Un día desperté con el silencio
prendido a la raíz de mi garganta,
desempolvé el espejo de mi encuentro
y me observé metido en una jaula.
De pronto, percibí detrás del sueño
y contemplé la vida que pasaba
con la sabiduría del regreso,
como si hubiese vuelto del mañana.
Entonces lo vi todo absurdo y hueco
y vano y vanidoso; una gran masa
de hombres enclaustrados en sus cuerpos,
de locos y de ciegos con mirada.
Vi llagas para todos los remedios
y miles de millones de palabras
y máquinas pensantes como sesos
y sesos ordenados como cajas.
Y me dispuse a hablar: brotó mi aliento
cortante como el filo de una daga.
Me acusaron de inútil y de enfermo,
de rebelde, de pieza inadaptada.
Después, pidieron ver todos mis sueños
y los catalogaron; con escuadras
midieron su tamaño en pies y en metros,
los juntaron en fardos y en manadas
y llegaron filósofos y expertos
repletos de carcoma en la palabra
para clavar mi paz en un madero,
para escupir sus miedos en mi cara.
Y entonces me alejé con el silencio
llevándome el secreto del mañana:
¿La hora? Apocalipsis menos cinco.
Quedan cinco minutos... ¡para nada!