Vi
El sueño. La hora de hollar
los lirios mojados por su sombra, ha llegado.
Leer a Pessoa a esta altura del amanecer
es ya suicida, ya inútil.
Como interrogarse atléticamente en el espejo,
lleno de gracia, bendito como una Guerra Santa.
Ciego de mí, que extravié mi pequeño fulgor
—el que habíaseme encomendado—
entre las piedras heladísimas,
que descubrí, para mi azoro,
en la delgada luz del amanecer,
las marcas rotundas que en mí dejaran las pezuñas
de las lentas bestias nocturnas.
Lo que pasa es que eres ornitorrinco de púas,
y yo estoy casi dormido en esta plaza ya.
«La moral sólo existe en la mente de los inmorales»:
ello implica que un hombre podría perder el tren,
y sólo caminar hasta la estrella inmediata.
Pero el problema no es la astronáutica,
sino la aberranáutica.
A propósito, ¿alguno de ustedes sabe
por qué todos se peinan al lado derecho?
«Cervezas tibias y mujeres frías», lamentaría Baretta.
El corazón me percute en la sien, como nunca.
Su golpe llega hasta estos dedos
que a todos quisieran dar una sábana limpia,
una prolongación de sus venas.
Ya habrá sitio en otro siglo para las lágrimas.
Mi abrigo
es nuevamente el corazón.
El sueño. La hora de hollar
los lirios mojados por su sombra, ha llegado.
Leer a Pessoa a esta altura del amanecer
es ya suicida, ya inútil.
Como interrogarse atléticamente en el espejo,
lleno de gracia, bendito como una Guerra Santa.
Ciego de mí, que extravié mi pequeño fulgor
—el que habíaseme encomendado—
entre las piedras heladísimas,
que descubrí, para mi azoro,
en la delgada luz del amanecer,
las marcas rotundas que en mí dejaran las pezuñas
de las lentas bestias nocturnas.
Lo que pasa es que eres ornitorrinco de púas,
y yo estoy casi dormido en esta plaza ya.
«La moral sólo existe en la mente de los inmorales»:
ello implica que un hombre podría perder el tren,
y sólo caminar hasta la estrella inmediata.
Pero el problema no es la astronáutica,
sino la aberranáutica.
A propósito, ¿alguno de ustedes sabe
por qué todos se peinan al lado derecho?
«Cervezas tibias y mujeres frías», lamentaría Baretta.
El corazón me percute en la sien, como nunca.
Su golpe llega hasta estos dedos
que a todos quisieran dar una sábana limpia,
una prolongación de sus venas.
Ya habrá sitio en otro siglo para las lágrimas.
Mi abrigo
es nuevamente el corazón.