Ii
La respiración
me despertó sobresaltado. De nuevo
es esa oculta cicatriz.
La mariposa de la luz cae ahora en los párpados
cual bendición del sol contra el color del sueño.
La ciudad, sucio ajedrez, de siluetas cual rudos alfiles,
me acepta como a un residuo más
en un vientre de asfalto molido por el humo.
Ninguno de vosotros quiso palparse el corazón, ninguno
detúvose junto a mi pregunta —congelada pregunta, sí—
a inquirir también por el hermano roto,
anoche que mortalmente deseé el sueño
y con fingir que oíais lo arreglábais todo.
La respiración
me despertó sobresaltado. De nuevo
es esa oculta cicatriz.
La mariposa de la luz cae ahora en los párpados
cual bendición del sol contra el color del sueño.
La ciudad, sucio ajedrez, de siluetas cual rudos alfiles,
me acepta como a un residuo más
en un vientre de asfalto molido por el humo.
Ninguno de vosotros quiso palparse el corazón, ninguno
detúvose junto a mi pregunta —congelada pregunta, sí—
a inquirir también por el hermano roto,
anoche que mortalmente deseé el sueño
y con fingir que oíais lo arreglábais todo.