Papiliochromis ramirezi
Era un pez sin espinas
y siempre navegaba formando olas celestes.
Doradas las aletas y el dorso azul turquesa,
recorría la pecera en una ceremonia
inexplicable y mágica.
Por el fondo la arena formaba laberintos
y él, tan misterioso y grave,
—casi humano en sus giros—
abría sus aletas como abanicos negros
y dejaba una estela de ternura en el agua.
Cuando llegaba el frío, abría sus grandes ojos,
arrimaba su pecho al cristal transparente
y acariciaba mis dedos al saberme tan triste.
Era un pez sin espinas
y siempre navegaba formando olas celestes.
Doradas las aletas y el dorso azul turquesa,
recorría la pecera en una ceremonia
inexplicable y mágica.
Por el fondo la arena formaba laberintos
y él, tan misterioso y grave,
—casi humano en sus giros—
abría sus aletas como abanicos negros
y dejaba una estela de ternura en el agua.
Cuando llegaba el frío, abría sus grandes ojos,
arrimaba su pecho al cristal transparente
y acariciaba mis dedos al saberme tan triste.