Memorias de infancia
Sucede que a veces
ella tiene un ángel seco para adorar a la tristeza:
la veo infinita,
enamorando cedros para sus ojos de pájaro
y acunando trigales en sus cabellos.
Sucede que a veces
ella despierta los ecos
y les hace parir voces melancólicas:
abren sus alas de viento
y se alimentan del surco de arena que se dilata por sus labios.
Y puedo verte,
en las noches tapizadas de luciérnagas,
mientras endulzas
sombras de duendes y castillos encantados:
ahora merodeo como un gigante,
sobrado de cenizos cielos,
siendo infante que devora pedacitos de recuerdo.
Sucede Madre
que ahora tengo las manos llenas
de este sabor a niebla que va oxidando tu arcilla,
y así, detrás del agua que apaga tu sonrisa,
del tiempo urbanizado por los recuerdos,
hay tantos rocíos que bañan la ausencia,
tantas caricias mimadas por la nostalgia, y tantas cosas,
que el recuerdo de una sonrisa tuya
basta para no olvidarlas.
Sucede que a veces
ella tiene un ángel seco para adorar a la tristeza:
la veo infinita,
enamorando cedros para sus ojos de pájaro
y acunando trigales en sus cabellos.
Sucede que a veces
ella despierta los ecos
y les hace parir voces melancólicas:
abren sus alas de viento
y se alimentan del surco de arena que se dilata por sus labios.
Y puedo verte,
en las noches tapizadas de luciérnagas,
mientras endulzas
sombras de duendes y castillos encantados:
ahora merodeo como un gigante,
sobrado de cenizos cielos,
siendo infante que devora pedacitos de recuerdo.
Sucede Madre
que ahora tengo las manos llenas
de este sabor a niebla que va oxidando tu arcilla,
y así, detrás del agua que apaga tu sonrisa,
del tiempo urbanizado por los recuerdos,
hay tantos rocíos que bañan la ausencia,
tantas caricias mimadas por la nostalgia, y tantas cosas,
que el recuerdo de una sonrisa tuya
basta para no olvidarlas.