Peces
Para Vilma y su paladeo, ubicuo y permanente.
Dónde romperán el espinazo esos peces sobre el lago de la luz bullente;
y flotan rutilantes. Casi invisibles, casi incoloros, pero vivos;
casi cardumen y silencio; casi, casi deseos para devolverlos con el misterio bucólico de sus ojos.
Esa fue la infancia, un barrio iridiscente, una escuela bajo tutelares santos,
un resoplido de mar con vientos entrando y saliendo,
yendo o volviéndose por las apariciones del recuerdo;
como una procesión de parques y glorietas, callejuelas del instante.
Una procesión de almas, casi moribundas, va otra vez niña sobre los pedruscos,
con uniforme de escuela por las calles de una ciudad iridiscente.
Va a los pavores de la sangre, bajo las acacias;
bajo los rojizos resplandores de la esperanza.
Ahora vuelven nuestros peces aleteando con escamas del poema
y mar donde irrumpe la belleza; vuelven a los aposentos,
como llaves a los pasadizos con espíritus de cementerios y arcos pintados por la cal del tiempo.
Los mismos peces tiemblan en sus manos, se hacen deseos;
dejan de ser piedra, bocetos del recuerdo;
dejan intacta la memoria antes de saltar al agua
con la algarabía urbana de su montaña enamorada con el hilo verde de la tarde.
Para Vilma y su paladeo, ubicuo y permanente.
Dónde romperán el espinazo esos peces sobre el lago de la luz bullente;
y flotan rutilantes. Casi invisibles, casi incoloros, pero vivos;
casi cardumen y silencio; casi, casi deseos para devolverlos con el misterio bucólico de sus ojos.
Esa fue la infancia, un barrio iridiscente, una escuela bajo tutelares santos,
un resoplido de mar con vientos entrando y saliendo,
yendo o volviéndose por las apariciones del recuerdo;
como una procesión de parques y glorietas, callejuelas del instante.
Una procesión de almas, casi moribundas, va otra vez niña sobre los pedruscos,
con uniforme de escuela por las calles de una ciudad iridiscente.
Va a los pavores de la sangre, bajo las acacias;
bajo los rojizos resplandores de la esperanza.
Ahora vuelven nuestros peces aleteando con escamas del poema
y mar donde irrumpe la belleza; vuelven a los aposentos,
como llaves a los pasadizos con espíritus de cementerios y arcos pintados por la cal del tiempo.
Los mismos peces tiemblan en sus manos, se hacen deseos;
dejan de ser piedra, bocetos del recuerdo;
dejan intacta la memoria antes de saltar al agua
con la algarabía urbana de su montaña enamorada con el hilo verde de la tarde.